Fue una de las transacciones más importantes de Estados Unidos, ya que duplicó su tamaño sin antecedentes.
Más de dos siglos atrás, el territorio que hoy ocupa Estados Unidos no pertenecía a un solo imperio. Distintas regiones se repartían –y también eran disputadas– entre Inglaterra, España, Rusia, Francia y el propio país que se independizó en 1776. Una de ellas, que terminó en la compra de una gran extensión del territorio, fue Louisiana.
En la actualidad, Louisiana es uno de los cincuenta estados del país norteamericano. Pero, en aquella época, su nombre hacía referencia a una gran porción que hoy se reparte entre:
Para fines del siglo XVIII y principios del XIX, lo que hoy es Estados Unidos estaba repartido entre varios imperios. Estados Unidos, propiamente dicho, era el conjunto de trece colonias que se independizaron de Reino Unido en 1776.
España tenía la península de Florida y amplias regiones del suroeste, que iban desde Texas hasta California. Además, contaba con mucha influencia en el Caribe y en casi toda Sudamérica. Francia, por su lado, controlaba toda la región de Louisiana y también dominaba el sur de la actual Canadá.
A comienzos del nuevo siglo, sin embargo, el territorio de Louisiana estaba en manos españolas. Pero Napoleón Bonaparte, que todavía no era emperador, quería reafirmar la presencia francesa en Norteamérica. Así, adquirió en 1800 gran parte de lo que España tenía en esa parte del continente.
Para ese momento, el gobierno estadounidense comenzó a inquietarse ante la posibilidad de que una vez más los franceses estuvieran en territorio norteamericano, y pronto decidieron ofrecer al gobierno francés la compra de Louisiana.
Un territorio así de extenso como el de Louisiana parece imposible de tasar, ya que tiene 2.144.476 km² y una geografía muy particular.
Sin embargo, el gobierno francés ofreció al estadounidense la cifra que rondaba entre los 3 y 4 centavos de dólar por acre (4.046 m²). Así, Louisiana fue adquirida por Estados Unidos por la módica cifra de 15 millones de dólares, lo que hoy se consideraría una oferta.
Napoleón tenía la intención de afianzar la presencia francesa en Norteamérica, pero también sabía que Estados Unidos se oponía firmemente a que eso sucediera. Lo más posible, pensaba el futuro emperador de Francia, era que el país recién nacido terminara tomando el territorio de todas maneras.
Por lo tanto, decidió venderlo para poder conseguir, al menos, una compensación económica. Pero ese no era el único motivo. Las Guerras Napoleónicas estaban comenzando, y Francia necesitaba muchos recursos para poder enfrentar a la mayoría de las potencias europeas.
Así fue que Napoleón ofreció el territorio a Monroe y Livingston, dos encomendados estadounidenses que viajaron a Francia para negociar. Ante la imposibilidad de sostener al mismo tiempo las guerras y el imperio en Norteamérica, el emperador francés se deshizo del territorio, que terminó duplicando el tamaño total que Estados Unidos tenía en ese entonces.
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