El descubrimiento del neón ocurrió en 1898, y diez años después un ingeniero francés dio con el primer tubo de iluminación hecho a base de neón.
Las luces de neón hoy se ven en todos lados. Su brillo extremo y colores saturados no resultan una novedad, aunque su mecanismo sigue sorprendiendo a más de uno. ¿Cómo hacen para brillar de esa manera? Y, sobre todo, ¿quién es la mente brillante detrás del invento?
La creación de las luces de neón se atribuye al ingeniero francés George Claude, que las diseño en 1909 y las presentó por primera vez al mundo en 1910. En ese año, un gran edificio de París quedó iluminado con la hoy famosa invención.
Para conocer cómo George Claude inventó las luces de neón, primero es necesario saber que el neón es uno de los elementos químicos que conforman la tabla periódica. Fue descubierto en 1898 por los químicos ingleses Morris Travers y William Ramsay, quienes dieron a conocer el neón junto con otros gases como el xenón y el kriptón.
Ramsay y Travers investigaron las propiedades del neón puro usando un tubo de descarga eléctrica de gas, similar a los tubos que se usan hoy en día para los letreros de neón. Los químicos ingleses quedaron más que sorprendidos con su descubrimiento, sobre todo al observar el resplandor rojizo del neón.
Por eso, lo bautizaron con el término "neón", que deriva del término griego neos. Este significa "nuevo" o "reciente", dado que era un elemento novedoso para la época. Incluso, en 1908 Ramsay logró obtener neón a partir de la destilación del aire líquido, lo que abrió la posibilidad de su empleo.
Cuando se trata de inventar objetos, el proceso no es tan sencillo como parece. Se requiere bastante tiempo para investigar, y también contar con instrumentos adecuados (o, en su defecto, crearlos para la ocasión). El proceso que llevó a la invención de las luces de neón se repartió en tres etapas:
Claude consiguió aplicar el nuevo elemento químico a un objeto de uso cotidiano, un año después de que los químicos ingleses que lo descubrieron también experimentaran con su uso práctico.
Pero el foco del ingeniero francés no estaba puesto en el neón. Casi como un accidente, decidió aprovecharlo cuando vio que el elemento era un subproducto de su negocio de licuefacción de aire, en el que ya tenía experiencia.
En 1910, Claude dio a conocer el uso práctico de las luces de neón al iluminar el Grand Palace de París con múltiples tubos. Esto mostró la capacidad del neón para sustituir el filamento rígido de las famosas bombillas eléctricas, permitiendo que las luces brillaran más allá de su forma y longitud.
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