Sorprendió a la población local durante el cierre de la jornada y, en tan solo dos minutos, causó derrumbes, incendios e inundaciones.
El miércoles 20 de marzo de 1861 es una jornada inolvidable en la historia de la ciudad de Mendoza, ya que, lamentablemente, casi la mitad de sus habitantes perdieron la vida durante un terremoto que se produjo en el cierre del día.
Este suceso natural, que se identifica como el sismo más fuerte en la historia de la provincia argentina, sorprendió a los mendocinos mientras finalizaban su jornada de trabajo, cenaban y/o dormían.
Mediante registros, se comprobó que el terremoto duró aproximadamente dos minutos. Pero estos 120 segundos fueron más que suficientes para derribar prácticamente todas las construcciones de la ciudad, que en esa época no estaba preparada para resistir un hecho de estas características.
El Terremoto de Mendoza de 1861, que se registró a las 20.36 horas, alcanzó una magnitud de 7,2 en la escala sismológica de Richter y desarrolló una intensidad de IX en la escala sismológica de Mercalli. Cifras, que hasta el momento, no tenían precedentes en el lugar.
Este sismo, que tuvo su hipocentro a una profundidad de entre 10 y 20 kilómetros, no solo fue el más grave en la historia de la ciudad y de la provincia de Mendoza, sino que también fue el más severo del siglo XIX en Argentina.
El Terremoto de Mendoza de 1861 no solo impactó por la fuerza del sismo, sino también por los múltiples desastres que desencadenó.
Es decir, además de ocasionar el derrumbe de aproximadamente 2.000 viviendas y de construcciones históricas, como el Cabildo y Basílica de San Francisco, este suceso también provocó:
Claro está que el alto número de víctimas también fue producto del horario, ya que muchos descansaban y no tuvieron tiempo de refugiarse, y del diseño de la ciudad, que no estaba preparada para resistir un sismo tan fuerte.
Para tomar dimensión del desastre, de los 18.000 habitantes que tenía Mendoza en aquella época, más de 6.000 perdieron la vida tras el terremoto de aquella noche.
Una vez que concluyó el temblor, se controlaron los incendios y descendió el nivel de agua en las calles irreconocibles de Mendoza, los sobrevivientes llegaron a una rápida conclusión: había que reconstruir la ciudad.
Luego de varias propuestas, se determinó que la nueva urbanización debía ubicarse un kilómetro al sudoeste de su ubicación original, en tierras que hasta ese momento pertenecían a la Parroquia Santiago Apóstol y San Nicolás.
Tras intensos trabajos en el lugar, los primeros vecinos se mudaron a la zona en 1863 y, desde entonces, Mendoza creció hasta convertirse en la gran ciudad que se aprecia actualmente.
En esta oportunidad, y para evitar catástrofes como la ocurrida dos años antes, la urbanización se diseñó con calles más anchas, que sirven como una vía de escape rápida, abundantes plazas, que pueden reunir a vecinos durante un sismo, y edificaciones antisísmicas, que se modernizaron con el paso de los años.
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