A diferencia de otras instituciones, la Iglesia Católica mantiene una jerarquía que limita el acceso de las mujeres a los principales cargos de poder. ¿Hasta dónde pueden llegar?
La Iglesia Católica es una de las instituciones más antiguas del mundo y una de las más jerárquicas. Si bien las mujeres han tenido un rol fundamental a lo largo de la historia del catolicismo como educadoras, misioneras, mártires y santas, lo cierto es que en cuanto a los cargos de autoridad, el camino ha sido mucho más limitado. Hoy en día, existe una barrera clara en la estructura eclesiástica que impide que las mujeres accedan a los niveles más altos del poder dentro del Vaticano.
Actualmente, el puesto más alto que una mujer puede ocupar dentro de la Iglesia Católica es el de superiora general de una congregación religiosa. Este cargo equivale al liderazgo de una orden de monjas en todo el mundo y conlleva una gran responsabilidad administrativa y espiritual.
A modo de ejemplo, la madre Yvonne Reungoat, fue superiora general de las Hijas de María Auxiliadora entre 2008 y 2021 y se convirtió en la primera mujer en formar parte del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada, uno de los órganos consultivos del Vaticano.
Además, algunas mujeres laicas o religiosas han alcanzado cargos destacados como subsecretarias o consultoras en ciertos dicasterios del Vaticano, pero siempre subordinadas a autoridades masculinas.
Una de las razones centrales que limita el ascenso de las mujeres en la Iglesia es la prohibición del sacerdocio femenino. Según la doctrina oficial, solo los varones pueden recibir el sacramento del orden sacerdotal. Esta norma se basa en la tradición apostólica y en el hecho de que Jesús eligió solo hombres como sus apóstoles.
El tema ha sido motivo de debate dentro y fuera del Vaticano. Sin embargo, desde 1994, el papa Juan Pablo II afirmó que la Iglesia “no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres”, un punto que fue reafirmado en reiteradas ocasiones por sus sucesores.
Otro límite evidente es la exclusión de las mujeres del cónclave, el proceso en el cual se elige al papa. Como solo los cardenales pueden participar y estos deben ser hombres ordenados, las mujeres quedan automáticamente fuera de esta instancia clave del gobierno eclesiástico.
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