Por Mariana Weschler

Campera sobre buzo, sobre remera manga larga, sobre camiseta. Más bufanda, gorro y guantes.

“mejor que sobre y no que falte”, dice la mamá cuando intenta que la mochila le calce al pobre de Ignacio sobre esa montaña de ropa. Igna, que es flaco como una “i”, sale caminando a la escuela redondo como una “o” de tanta ropa.

En la calle se encuentra con su amiga Alma. La reconoce por los anteojos que le asoman entre todo el abrigo. Charlan entretenidos cuando, desde la vereda de enfrente, escuchan unas risas burlonas.

“Qué tierno, ¡una pareja de muñecos de nieve!”.

“Miren, ¡dos bolsas de papas que caminan!”.

Son Rulo, Puño y Jota. Les gusta molestar a los demás. Sobre todo a Ignacio y a Alma, que son buenos amigos y excelentes alumnos.

“Van a llegar a clase a la hora de irse las bolsas de papa. Son más lentos que una tortuga enyesada”, se ríe rulo.

Cansado de las burlas, Ignacio los desafía:

“Ya que son tan veloces, les jugamos una carrera hasta la escuela. Eso sí, si ganamos nos dejan en paz.”

“Y si ganamos nosotros, nos van a dar la merienda de los recreos durante una semana”, jota les guiña el ojo a sus amigos, festejando de antemano todo lo que van a comer.

“¡Preparadoslistosya!”, grita Puño sin aviso y salen los tres disparados.

Alma e Igna no corren tan rápido. Están pesados y redondos de tanta ropa. “Ayyy, esta mamá que me hace vestir como una pelota”, protesta Igna.

“Nos vamos a quedar sin merienda”, lloriquea Alma.

Los bravucones les sacan media cuadra de ventaja.

Entonces un viento fuerte, fuertísimo, empieza a soplar a sus espaldas.

“No nos demos por vencidos”, dice Igna. Agarra a Alma de la mano y corren juntos, empujados por el viento.

Pegan un salto. El viento sopla más fuerte. Corren un poco más y dan otro. El viento arremete.

“Ahora agarrate las rodillas”, grita Igna. Se dan envión, se hacen bolita y el viento los lleva un poco volando y otro rebotando, como si fueran pelotas de goma. Pican sobre un arbusto y cruzan la calle en dos segundos.

La puerta del colegio se ve más cercana y casi alcanzan a sus oponentes.

Igna y Alma rebotan con fuerza sobre unas baldosas flojas. Bajo las baldosas hay un charco de agua podrida que salpica y empapa a rulo, puño y jota. Los tres chicos quedan congelados del susto y del frío, mientras Igna y Alma entran de un salto a la escuela.

“¡Ganamos!”, celebran mientras se sacan las capas más gruesas de ropa.

Al día siguiente, Igna y Alma van al colegio con campera sobre buzo, sobre remera sobre camiseta.

Es invierno y está muy frío.

Rulo, Piña y Jota visten casi igual que ellos. Aunque sobre todo eso, llevan muchos pañuelitos para limpiarse los mocos.

FIN

(Publicado en la edición 176 de La Valijita)

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