Según nos cuenta el sitio del Instituto Nacional Belgraniano, el gran experto en el tema, todas las civilizaciones practicaban y practican juramento. La promesa que hoy prestan los niños se manifestaba usualmente como un juramento que implicaba el compromiso de cooperar en la defensa de la comunidad, si era preciso tomando las armas y, en ocasiones, hasta perder la vida.
El origen de la promesa a la bandera
La promesa a la bandera arraiga en prácticas sociales ancestrales y consiste en una reelaboración del antiguo juramento. La costumbre universal se inspira en el juramento de fidelidad que prestaban las tropas. Por esto, quién requiere la promesa es una autoridad, en lo posible aquella que tenga la mayor jerarquía de entre los presentes al acto.
La promesa es pública, se concreta ante toda la comunidad educativa y, eventualmente, frente al pueblo en general reunido con ocasión de alguna fecha patria. Se patentiza a partir de una fórmula que ha ido variando con los tiempos. En algunas provincias está expresamente prevista en la normativa vigente. En otras, cada entidad puede definirla libremente.
El acto de la promesa propiamente dicha es muy sencillo. La autoridad recita la fórmula del caso y los promesantes responden a viva voz ¡Sí prometo! Inmediatamente los asistentes prorrumpen en un caluroso aplauso, como forma de validar la promesa formulada y de sincero apoyo a la decisión manifestada por los pequeños. El énfasis propio de la afirmación se explica en la completa decisión contenida en la expresión.
La promesa se realiza de pie, una posición que denota una atenta disposición para el servicio. Su adopción uniforme por parte de los promesantes indica una humilde decisión de conjunto.
En la mayoría de las provincias los promesantes remarcan su decisión extendiendo el brazo derecho hacia adelante, en forma más o menos perpendicular a la línea de su cuerpo. Esta posición también tiene un origen antiguo y constituye una recreación del gesto de tocar o besar la bandera que realizaban los soldados al tiempo de jurar. Lo propio ocurre en la mayoría de los juramentos que realizan nuestras autoridades cuando asumen sus funciones.
A consecuencia de que los nazis y fascistas adoptaron la posición del brazo extendido como un saludo a sus líderes fue lógico que durante la Segunda Guerra Mundial el ritual despertara resistencias en los Estados Unidos; por esto en muchas regiones fue reemplazado por el gesto de llevarse la mano derecha al corazón, una práctica que también se difundió en nuestro país en el curso de la última década.
Por sus características el acto de la promesa posee una emotividad impactante. Por lo general los mayores reviven aquella edad en la que ellos mismos formularon la promesa, con toda la inocente e inexpresable belleza que implica verse reflejados en los niños.
Las maestras norteamericanas de Sarmiento trajeron la costumbre de la jura
Al parecer, su práctica en el ámbito escolar llegó a la escuela argentina por conducto de las maestras estadounidense traídas por Sarmiento, quienes replicaron la usanza vigente en su país.
Fue así, que por muchas décadas los niños prestaron juramento a la Bandera nacional. Más tarde y debido a las implicancias religiosas que tiene un juramento, donde se pone a Dios por testigo del acto, pareció una desmesura pedirlo a los niños por entenderse que su edad (aproximadamente 10 años) limitaba la total comprensión sobre las implicancias de su decisión. Además, se tuvo presente que la sensibilidad de algunas confesiones religiosas suscitaba cuestiones que convenía evitar en beneficio del pluralismo propio de una sociedad democrática.
En consecuencia, las autoridades nacionales tomaron la decisión de cambiar el tradicional juramento por una solemne promesa.
¿Quiénes prometen?
Por lo general, el acto se concreta durante el cuarto grado de la escuela primaria, como una manifestación de que los niños han alcanzado un grado de madurez que les permite comprender el valor de asumir este público compromiso.
También suelen prometer las personas mayores que no hayan tenido la oportunidad de hacerlo por no haber cursado la escolaridad primaria.
¿Qué se promete?
El compromiso radica en prometer “fidelidad a la Bandera”, como representación de todo lo que simboliza la Nación y el pueblo argentino en su multiforme riqueza humana. Lo que lleva implícito que también se promete “querer” a la Enseña, posiblemente la faceta que llega más hondo en la apreciación de los niños de diez años.
El compromiso expresa la fidelidad a la historia de nuestra Nación; a sus costumbres; valores; tradiciones y demás elementos que hace a la identidad de argentinos, una expresión polisémica con profunda emotividad. Al respecto, nunca será mejor aplicada la extendida afirmación popular de que “Argentina es un sentimiento”. En suma, la promesa implica un compromiso de vida para con los conceptos expresados.
¿Ante qué bandera se promete?
Corresponderá hacerlo ante la Bandera oficial de la Nación en su versión de ceremonias. En muchas regiones es común que también se sumen las enseñas de ceremonias de otras instituciones; pero la atención de los promesantes y de todo el entorno tiene que focalizarse en el emblema propio de la entidad convocante.
Está será portada por el abanderado y sus escoltas titulares, como naturales representes de la comunidad educativa.
Un problema particular se revela cuando los niños de cuarto grado realizan un viaje en cuyo transcurso hacen la promesa en un lugar histórico. Llevar a los abanderados y escoltas implica un esfuerzo económico que muchas comunidades educativas no pueden permitirse. En estos casos las soluciones son dos. La primera implica llevar al abanderado titular y disponer que sus escoltas sean niños de cuarto grado. La segunda consistirá en asignarles este rol a un terceto de alumnos promesantes, en cuyo caso deberán ser debidamente adiestrados en el manejo de la enseña y en las evoluciones del ceremonial. Desgraciadamente es bastante común que prive la improvisación y que la experiencia adquiera carácter traumático para los niños implicados, cuando no estén debidamente preparados.
Si la ceremonia de promesas se concrete en un ámbito donde exista un mástil, la Enseña nacional debe estar izada.
¿Cuándo se promete?
Es tradición que la ceremonia de promesa se realice en alguna de las principales fechas patrias. Por lógica, la más pertinente es el 20 de junio, que los argentinos celebramos como el “día de la Bandera”.
Eventualmente, los alumnos que por cualquier causa no hayan podido participar de la oportunidad dispuesta podrán hacerlo en una fecha posterior, procurándose que se concrete durante la ceremonia alusiva a otra efeméride de significación.
¿Quiénes prometen, deben llevar alguna señal distintiva?
Las reglamentaciones vigentes no lo demandan; en consecuencia, existe amplia libertad, aunque lo usual es lucir una escarapela nacional sobre el pecho.
Las costumbres institucionales en muchos establecimientos educativos adoptan el temperamento de identificar a los promesantes de alguna manera, como forma de gratificar a los niños en la singularidad que presentan ante sus compañeros.
La experiencia indica que estos atributos son muy variados. Puntualizamos algunos: una faja con los colores nacionales o una banda similar, que descienda desde el hombro derecho hasta la cintura izquierda; un moño celeste y blanco sobre el brazo; una boina celeste o blanca; etc.
En provincias donde existe la costumbre de que los abanderados lleven guantes blancos, como expresión de respeto al paño de la enseña, los niños promesantes también suelen usarlos, un gesto que indica que están prestos a tomar la Bandera, si fuera necesario.
¿Cómo acompañar la promesa?
El sistema educacional y la comunidad educativa toda deben acompañar a los niños y niñas promesantes de la mejor forma posible para que perciban la importancia del acto, trascendiendo los aspectos puramente festivos de tal manera que les permita asumir todo lo que implica la decisión que expresarán.
El rol principal en este acompañamiento corresponderá al docente asignado a la tarea, pero nadie debe quedar marginado. El acto de la promesa es un ritual cívico social en que el promesante cobra protagonismo como un miembro pleno de la comunidad. Toda la preparación debe encararse con este objetivo.