Escuelas seguras: cinco claves para transformar cualquier aula en un espacio seguro y protector

Escuelas seguras: cinco claves para transformar cualquier aula en un espacio seguro y protector
Las escuelas pueden convertirse en entornos protectores si los adultos actúan con sensibilidad, escucha y trabajo en equipo. Crear escuelas seguras es un desafío colectivo: estas cinco claves muestran cómo acompañar a los estudiantes con cuidado y cercanía.

La violencia que afecta a niños, niñas y adolescentes sigue siendo un problema global. Se manifiesta de muchas maneras —física, verbal, emocional o digital— y a menudo pasa desapercibida. De hecho, solo una pequeña parte de los casos llega a ser denunciada. Por eso, construir escuelas seguras requiere un esfuerzo colectivo, sostenido y consciente.

Implica que cada adulto que rodea a un chico —docentes, familias y equipos escolares— asuma un rol activo para reconocer señales, acompañar con cercanía y promover vínculos respetuosos.

Cuando la comunidad educativa comparte criterios claros y se mantiene atenta, la escuela se convierte en un espacio donde todos pueden aprender y expresarse sin miedo. Hay, al respecto, cinco criterios fundamentales.

1. La responsabilidad siempre es adulta

La primera clave es clara: los adultos llevan la responsabilidad central del cuidado. Los chicos pueden aprender qué es la violencia y reconocer cuándo algo los lastima, pero son los adultos quienes deben detectar señales, intervenir y garantizar condiciones de bienestar.

Esto implica estar disponibles, ser sensibles, saber escuchar y actuar sin demoras. También requiere ofrecer información comprensible, sin crear miedo ni confusión. Cuando un adulto transmite seguridad, los chicos se animan a hablar.

2. La protección se construye en equipo

Las escuelas seguras no dependen de una sola persona: son el resultado de un trabajo conjunto entre docentes, familias y estudiantes. Para que esto funcione, todos deben conocer:

  • Los derechos de la infancia.
  • Las diferentes formas de violencia, incluso las más sutiles.
  • Los canales para pedir ayuda o comunicar una preocupación.

Crear espacios cotidianos de escucha —una charla en el aula, un momento de consulta, un adulto de referencia— ayuda a que los chicos se sientan comprendidos. Cuando la familia y la escuela están conectadas, la detección temprana es más efectiva.

3. Mirar más allá del bullying

Muchas veces se piensa que la violencia escolar se limita al acoso entre pares. Pero la realidad es mucho más amplia: los chicos y chicas pueden sufrir distintas formas de maltrato en distintos ámbitos.

Algunas señales importantes se pasan por alto porque no dejan marcas visibles o porque se consideran “cosas de chicos”: gritos, insultos, exclusión, burlas, silencios que hieren. Cuando los adultos minimizan estas situaciones, los chicos las normalizan.

Por eso, es fundamental ampliar la mirada y comprender que toda forma de maltrato —aunque parezca pequeña— afecta el bienestar emocional.

4. Hablar protege: la información siempre ayuda

El silencio nunca es una herramienta de cuidado. Los chicos tienen derecho a hablar de lo que viven, a expresar sus emociones y a decir que algo no les gusta. En el aula, los adultos pueden:

  • Trabajar ejemplos que ayuden a identificar situaciones de daño.
  • Generar conversaciones guiadas y respetuosas.
  • Validar lo que los chicos cuentan sin juzgarlos.

Frases como “Gracias por confiar en mí” o “Estoy para ayudarte” transmiten seguridad. En cambio, preguntas que cuestionan su relato solo crean miedo o confusión. La información clara —adaptada a cada edad— no traumatiza: da herramientas para cuidarse.

5. Para prevenir, hay que elegir bien las estrategias

No toda medida de prevención funciona. Para construir escuelas seguras, es necesario optar por programas y acciones basadas en evidencia, que hayan demostrado beneficios y que puedan evaluarse con el tiempo.

Las iniciativas improvisadas pueden generar confusión o incluso efectos no deseados. En cambio, cuando una escuela revisa periódicamente sus prácticas, analiza sus resultados y ajusta lo necesario, crea entornos más sólidos y confiables.

Crear una escuela segura no depende de grandes gestos, sino de acciones sostenidas: escuchar, acompañar, estar atentos y actuar con sensibilidad. Cuando esas claves se vuelven parte de la vida cotidiana, aparecen chicos que se animan a decir “esto no está bien” y que saben que un adulto los va a cuidar.


Basado en una nota de The Conversation / Reproducido bajo el formato Creative Commons / Autoras de la nota original: Irene Montiel Juan y Patricia Hernández Hidalgo (Universitat Oberta de Catalunya).

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