La enseñanza de la gramática debe fomentar la reflexión sobre el lenguaje desde la infancia, en contraposición a la memorización de reglas. Comprender la gramática mejora la comunicación, el pensamiento crítico y el aprendizaje de otras lenguas.
Muchas veces, si pensamos en nuestro aprendizaje de la gramática en la escuela, evocamos aquellas listas de verbos irregulares, las definiciones de nombre o verbo, o aquellos análisis sintácticos en forma de árbol. A menudo, no son recuerdos gratos.
¿Es eso la gramática? ¿Un conjunto de normas y excepciones y definiciones fijas? En este artículo proponemos un acercamiento a la gramática como reflexión sobre el lenguaje, algo que se puede hacer desde los primeros cursos escolares. No solo se puede, sino que deberíamos hacerlo, pues sienta las bases del conocimiento del idioma propio.
Podemos apuntar por qué: la gramática es un pilar del lenguaje, pues mejora la capacidad de comunicación y esto estimula el pensamiento crítico. Fomenta el desarrollo en lectura y en escritura, cosa importante en la asignatura de Lengua y Literatura, pero fundamental también en el desempeño del resto de asignaturas.
Además, conocer la gramática ayuda a aprender otras lenguas, algo imprescindible en el mundo actual. Dominar el lenguaje, en definitiva, nos permite expresar nuestras ideas con claridad, uno de los requisitos básicos para desenvolvernos en la vida profesional y personal.
La enseñanza de la gramática en la escuela es una cuestión controvertida, más aún en los primeros cursos. Algunas metodologías tradicionales han limitado esta enseñanza al aprendizaje de términos e identificación de palabras. Especialmente en las etapas entre los 4 y los 8 años, perduran creencias limitantes sobre nuestra capacidad para reflexionar sobre aspectos científicos.
Encontramos algo natural que los más pequeños piensen, por ejemplo, en temas de ecología, pero no ocurre lo mismo con las lenguas que hablamos.
Sin embargo, las investigaciones científicas muestran que desde edades tempranas las niñas y los niños activan la reflexión metalingüística para aprender a leer y a escribir. Y ese es el punto: entender que aprender gramática es reflexionar sobre las lenguas y sus usos, y no identificar categorías gramaticales, ni definirlas ni recordar definiciones.
Existen estudios que demuestran que la actividad metalingüística, es decir, la capacidad de reflexionar sobre la lengua se activa muy pronto en nosotros. Se impulsa cuando las niñas y los niños se enfrentan a retos como, por ejemplo, escribir una frase que acompaña una fotografía.
Los niños, con su curiosidad consustancial hacia la comprensión de todos los fenómenos (lingüísticos, naturales, culturales), se preguntan si un geranio se escribe ungeranio o un geranio, es decir, se interrogan sobre el concepto de palabra y sobre cómo segmentar los textos en palabras.
O por qué algunas palabras como geranio o junco se escriben con letras diferentes si suenan igual. O por qué no está permitido usar petalosa para referirnos a una flor con pétalos.
Y todo esto se lo preguntan porque tienen que usar la lengua para explicar lo que quieren expresar sobre sus gustos, sus impresiones o sus pensamientos.
Entendemos por reflexión metalingüística la actitud pensativa que nos permite recapacitar sobre el lenguaje, es decir, sobre cómo funciona, cómo se estructura y para qué sirve.
Para impulsar la reflexión metalingüística desde los 4 a los 8 años, incluso antes, proponemos las siguientes estrategias que han sido llevadas a cabo en nuestras investigaciones:
Con estas estrategias, enseñar y aprender gramática es otra cosa. Se trata de cambiar verbos, y con ellos la concepción del aprendizaje y la enseñanza: memorizar por pensar, identificar por reflexionar, rellenar por usar.
De esta forma, en la mente de docentes, niñas y niños planea la hipótesis fantástica del escritor y pedagogo italiano Gianni Rodari: “¿Qué pasaría si…?” ¿Qué pasaría si no hubiera sol, qué pasaría si desapareciera el dinero, qué pasaría si cambio esta palabra por esta? La actitud indagatoria es camino y meta, también en la educación lingüística.
Entonces, ¿cuándo empezamos? Pronto, muy pronto: a la edad de pisar los charcos. No privemos a la infancia de la observación de la naturaleza. El lenguaje forma parte de sus vidas, ayudémosles a explorarlo. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Para qué? Para que consigan decir con precisión lo que quieran, cuando quieran, con una voz propia que decide lo que se dice y cómo se dice.
(c) The Conversation / Alícia Santolària Òrrios (Universitat de València) y Susana Sánchez Rodríguez (Universidad de Cádiz) / imagen: Freepik
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