Maritchu Seitún es licenciada en Psicología y hace más de 30 años que trabaja con papás, mamás y sus hijos, con el objetivo de orientar a los adultos para que cuenten con las herramientas necesarias para ayudar a los más jóvenes en los temas que necesiten. En este episodio de Crianza 2.0, hablamos con ella sobre límites: cómo ponerlos, cómo se relacionan con la tecnología, tendencias sobre el tema y cómo se pueden abordar en las escuelas.
¿Qué son los límites?
"Los límites tienen que ver con el borde. El límite ordena. Y realmente es muy útil ponerles bordes a los chicos, porque cuando no se los ponemos, pasa lo que pasa en el delta del Paraná: hay mucha agua desparramada por todos lados, que no tiene fuerza y no tiene rumbo. Un buen límite, en cambio, es como una catarata... un buen límite pone fuerza y pone rumbo", explica Seitún.

La especialista sostiene que es importante poner límites para que los chicos tengan fuerza y tengan rumbo, pero también para no desgastar a los padres. "Cuando en vez de poner buenos límites se los trata de convencer y se les dice las cosas 14 veces, los padres se terminan enojando con los hijos porque no les hacen caso. El buen límite ordena, organiza. Por supuesto que los chicos se enojan, pero en cambio los papás sonríen".
¿Por qué se dejó de hablar de tema y por qué se retoma ahora?
"Durante muchos años la crianza fue autoritarista. A los chicos no se los escuchaba, no se los veía. Tenían que acatar y agachar la cabeza —dice y continúa—; luego apareció un nuevo modelo de de paternidad permisiva de la mano del doctor Spock en Estados Unidos que decía que había que escucharlos y respetarlos porque los niños sabían qué necesitaban. Veinte años más tarde el especialista admitió que se había equivocado, pero ya había arruinado prácticamente una generación de chicos de Estados Unidos. El paradigma actual toma lo mejor de cada modelo: del autoritario es la firmeza; del permisivo, la empatía".
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Seitún dice que es importante delimitar con mucha empatía, haciéndoles saber a los más chicos que comprendemos lo que les pasa y que nos ponemos en su lugar, pero con mucha firmeza, que no es rígida, estricta, autoritaria, de castigos, de penitencias y de miedo, sino empática. "Entiendo que no te quieras ir a bañar, pero la bañera está llena y te tenés que bañar. Entiendo que no quierás estudiar, pero mañana tenés examen, así que dame el teléfono, apagá la tele y ponete a estudiar", ejemplifica.
¿Por qué es más difícil poner límites en un mundo con cada vez más estímulos?
La especialista señala que la sociedad, de la mano de la sociedad de consumo, las redes y las pantallas, se ha sumado a ese movimiento supuestamente respetuoso, pero en realidad permisivo, con la excusa de que solo así los chicos serán felices: que no esperen, no se esfuercen, no se frustren. En realidad, el mercado lo que busca es que los adultos consuman a través de sus hijos. "Esto es un error absoluto, porque la felicidad no viene de no esperar, de no frustrarse y de no sufrir. La felicidad viene de poder tolerar situaciones difíciles y a pesar de eso estar contentos. Es importante cambiar estos modelos".
Una de las frases más dichas por padres y madres es "Le digo las cosas 14 veces y recién en la 15, cuando me enojé un montón y le grité, ahí me hace caso". Para Seitún, una de las claves está en que las cosas se dicen una sola vez.
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"Los chicos ya saben que hasta que a vos no se te paran todos los pelos, no tienen por qué hacerte caso. Entonces, volvé a tu casa y decí, "me equivoqué, de ahora en adelante te voy a decir las cosas una sola vez. Y cuando yo las diga, las vas a hacer". Además, Seitún explica que hay que poder ocuparse: "si yo estoy ocupándome de terminar de preparar la comida, no le puedo decir que vaya al agua ahora, porque yo no me puedo encargar de que lo haga, entonces le digo: `cuando termino de preparar la cena, hay que ir a bañarse´". Según Seitún, después de decir las cosas una sola vez, los padres están más contentos y no sienten que el hijo o la hija les pasó por encima.
Tampoco hay que cometemos el error de amenazar: "si le digo que si se porta mal, sus acciones van a tener determinada consecuencia, lo cumplo. Esa es a forma de que lo entiendan. Hay que poner reglas claras".
"Al problema de la sociedad de consumo agreguemos que los chicos están viendo dibujitos que son absolutamente adictivos", —dice la especialista y continúa— "los estímulos externos cada vez son más adictivos y generan más dopamina. Por otro lado, lo que es lamentable es que son cada vez menos satisfactorios a largo plazo, porque la dopamina que sirve es la que tiene que ver con pasarla bien y con estar contento, con vincularnos con otro, no lo que nos dan las pantallas. Es importante entender que los papás tienen que poner el cuerpo. No hay que llamarlos y esperar a que vengan, hay que irlos a buscar".
¿Cuándo decir que no y cuándo decir que si?
Hay cuatro cosas que hay que tener en cuenta para decir que no:
- Si está en juego la salud,
- Si está en juego la seguridad,
- Hay que tener en cuenta la ética: si algo está mal, está mal,
- Hay que tener en cuenta el bienestar
"Elijamos los no y digamos la mayor cantidad de sí posibles para poder sostener esos no. Lo que termina pasando es que decimos 100 "no" y al final hacemos cumplir solo 20. Para eso, digamos 20 "no" y que las otras 80 oportunidades sean "sí". Cuando uno dice a todo que sí, lo que consigue es que el chico se crea que es un príncipe y que las cosas son siempre como él quiere. Entonces, cuando las cosas pasan distinto se ponen furiosos, hacen berrinches. Eso es fragilidad, no tener la capacidad interna para poder salir de las dificultades con recursos que papá y mamá me dieron".
Los límites no hacen que los hijos te dejen de querer
La psicóloga afirma que el miedo a que los hijos dejen de querer a los padres por poner límites es un fantasma que viene desde esa sociedad de consumo que hace creer que los chicos tienen que sonreír, llenar el álbum de figuritas y que todo tiene que salirles perfecto. Hay que entender que no siempre es así.
¿Cómo se puede marcar límites en la escuela?
A veces los chicos le hablan mal a sus docentes porque están frustrados, ofendidos o necesitan atención. "Algo provoca que el alumno tenga una mala respuesta. Según las neurociencias, quedan atrapados en el cerebro primitivo. El chico se tiene que sentir escuchado y tenido en cuenta. Eso lo prepara para que conecte con su corteza, que es nuestra parte más pensante del cerebro. Así realmente puede calmarse", explica Seitún y aclara que es algo difícil de lograr en el aula, ya que muchos alumnos, pero que realmente, hablar con ellos y escucharlos en los momentos en que sea posible, hace la diferencia.
Antes de la pandemia, los padres empezaron a perder la confianza en los docentes. El fenómeno se agudizó con la vuelta a las aulas. La especialista ya mencionó que muchas de las prácticas están ligadas a la sociedad de consumo, en donde la experiencia cada vez vale menos y donde lo que más importa es ser joven. "Muchos docentes se enfrentan a padres que piensan que lo único que tienen que hacer es pagar una cuota o a declaraciones como 'los maestros son burros'. En realidad, maestros y familias tienen que armar equipo y los padres deberían tener en cuenta que los docentes son referentes de los hijos".
Finalmente, Maritchu Seitún recomienda una herramienta clave para lograrlo: "cuando docentes y familias se juntan a hablar, no hay que estar a la defensiva. Hay que escuchar lo que cada parte tenga para decir del chico o la chica. Hay que dejar de jugar a la cinchada y por lo menos una de las dos partes tiene que soltar la soga. Ojalá lo hagan las dos. De esa forma, entre ambas van a aprender y comprender más sobre hijos y alumnos y verdaderamente van a aprender a ayudarlo".
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Producción: Lucía Jauzat y Euhen Matarozzo.
Filmmakers: Rocío Bustos y Martina Cretella.
Edición: Miranda Lucena