El desarrollo del lenguaje oral es fundamental en la educación infantil, ya que es la base para la adquisición de la lectoescritura. Se debe priorizar la expresión oral por sobre la enseñanza de letras y sílabas. Actividades como juegos de ritmo, dramatizaciones y diálogos son esenciales para estimular la comprensión y expresión oral.
¿Sabe a qué dedica el 75 % de su tiempo? A la expresión oral, a comunicarse oralmente. En concreto, dedicamos un 30 % a hablar y un 45 % a escuchar. La comunicación hablada forma parte tan intrínseca de los humanos que nos parece algo natural e instintivo, que no necesitamos aprender específicamente. Pero es un error.
Cuando iniciamos nuestro recorrido académica –esto es, la primera vez que llegamos al colegio, alrededor de los tres años–, sabemos hablar y escuchar. Nuestras habilidades orales las hemos adquirido de forma espontánea, coloquial, fruto del contacto con nuestro entorno más cercano. Por eso, los usos formales de las habilidades orales (y, posteriormente, las escritas) han de enseñarse en la escuela.
Sin embargo, tradicionalmente en los centros educativos se le da más importancia a las habilidades escritas sobre las orales: las niñas y los niños dedican mucho tiempo a practicar letras o silabear. En cambio, se presta muy poca atención a sus habilidades orales, a enseñarlos a expresarse cada vez mejor.
El proceso de adquisición y desarrollo del lenguaje se produce durante los primeros años de vida del individuo, periodo en el que es fundamental que recibamos los estímulos adecuados para garantizar una óptima adquisición lingüística.
La lengua oral está presente en la mayoría de los aprendizajes que realizamos en la infancia, dado que es la que primero aprendemos. Posee un valor social, humano y afectivo que no tiene la escrita. Alexander Pope, poeta inglés, decía que podemos “acariciar a la gente con palabras”.
Hablar, escuchar, leer y escribir son las cuatro grandes habilidades resultantes del entrecruzamiento de los códigos oral y escrito con las capacidades expresivas y comprensivas. Son ellas las que nos permiten manifestar vivencias, sentimientos, ideas y emociones además de aprender y regular nuestra conducta.
Estas habilidades lingüísticas también reciben el nombre de destrezas, capacidades comunicativas o macrohabilidades. Pero el orden de adquisición de estas destrezas es muy importante: es fundamental que el alumnado adquiera y desarrolle estas destrezas orales antes de comenzar el aprendizaje de la lectura y la escritura.
De hecho, numerosas investigaciones han demostrado que uno de los instrumentos imprescindibles para que las niñas y los niños aprendan a construir significados a través de los textos escritos es la interacción oral.
Por tanto, el objetivo primordial antes de los seis años debería ser, mucho más que el de enseñarles las letras, el de garantizar una correcta evolución y un desarrollo óptimo de la lengua oral. Los humanos no aprendemos “solos” a expresarnos, y por eso es tan importante en esta etapa que ayudemos a los niños y practiquemos con ellos su capacidad de comunicarse con palabras. Crear un mundo hablado en el aula es fundamental para ello.
La comprensión oral es una destreza activa, ya que para comprender tenemos que poner en marcha una serie de mecanismos lingüísticos y no lingüísticos; por eso solemos decir que no es lo mismo “oír” que “escuchar”.
Para desarrollar la capacidad de escuchar y comprender lo que dicen los demás necesitamos motivar y estimular: es esencial despertar su atención.
Una opción para lograrlo es utilizar sonidos, por ejemplo el timbre, el teléfono, un bebé llorando, risa, etc. Utilizando fotos que representen cada uno de los sonidos seleccionados, el estudiante tendrá que escuchar los sonidos y ordenarlos en el mismo orden en el que se escuchan las grabaciones.
Otra opción consiste en organizar juegos con ritmo, en los que haya que repetir una secuencia de sonidos. Por ejemplo: palmada, chasquido; palmada, silencio; silencio; chasquido, palmada, silencio, etc. Posteriormente cada niña y niño puede grabar su secuencia rítmica para identificarla.
Hablar es relacionarse, es intercambiar información, compartir ideas, sentimientos, lograr acuerdos o delimitar desencuentros. Es decidir y obrar en consecuencia, y eso implica que, a lo largo del proceso comunicativo, también tenemos que escuchar. Hablar de forma clara, coherente y con un mínimo de corrección es un objetivo primordial en la escuela para asegurar un desarrollo adecuado del infante en la sociedad.
Existe un repertorio muy variado de actividades para trabajar y lograr los objetivos relacionados con la expresión oral en el aula. Algunos de los ejercicios que podemos llevar a la práctica son:
El diálogo entre dos o más personas es el lugar por excelencia en donde toda la capacidad creadora, instrumental y reguladora del lenguaje se pone de manifiesto.
Durante la etapa de la Educación Infantil, el docente puede evaluar la expresión oral valorando aspectos como si el niño participa en conversaciones sencillas, si plantea y contesta cuestiones fáciles y poco elaboradas, si se comunica durante tareas cotidianas que precisan de un intercambio lingüístico sencillo y directo o si participa espontáneamente en conversaciones de diversa índole: familia, escuela, hábitos cotidianos… Por lo tanto, las actividades que propicien los debates, el diálogo, son las más adecuadas para trabajar la interacción oral en el aula.
No debemos dejar al azar o la capacidad individual el hecho de poder comunicarnos con la máxima eficacia oralmente, teniendo en cuenta que se trata de la primera habilidad que adquirimos y a la que dedicamos el 75 % de nuestro tiempo.
(c) The Conversation / María Santamarina Sancho y María del Pilar Núñez Delgado (Universidad de Granada) / imagen: 123RF
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