Por Daniela Feoli
Braulio es el mejor amigo de mi hermano. Es un muñeco de tela, les aclaro. Tiene ropa de terciopelo, como dice mi mamá. No sé bien qué es el terciopelo, pero me parece que es una tela suave: así se siente. Tiene pantalones de terciopelo verde y remera bordó. Braulio es largo como un perro salchicha, usa el pelo suelto, de lana colorada. Se parece a un plumero contento. Y no va al peluquero, como me mandan a mí. La verdad, tengo que contarles, me tiene cansado este muñeco... “Braulio para acá, Braulio para allá...”. Mi papá y mi mamá lo ponen y lo sacan de la mochila de mi hermano. A todos lados va ese muñeco: a la calesita, a lo de la abuela, a pasear en cochecito, al kiosco, al supermercado. ¡Ni yo salgo tanto! Es distinto a cualquier otro muñeco que jamás hayan visto. Por eso está siempre con mi hermano, que no se parece a nadie. Duermen juntos en la cuna todo el tiempo (porque a mi hermano, que tiene un año, lo dejan dormir todo lo que quiera... ¡pero a mí no!). Es verdad que yo estoy muy ocupado, porque ya pasé a primer grado; en cambio, mi hermano y su muñeco no tienen nada que hacer en todo el día.
Lo que pasó el otro día es que le escondí su muñeco a mi hermano por un rato. Era solo un ratito nomás, les aseguro. La verdad es que una de las cosas que más me molestan de mi hermano y su muñeco es que no saben hablar, y menos escribir. Yo ya sé todo eso. Y mi hermano empezó a llorar por no sé qué y ni con Braulio se tranquilizaba. Mi mamá estaba en el baño. A mí me ponía nervioso todo ese bochinche, porque quería hacer la tarea de la escuela y con ese ruido no podía. ¡No se imaginan lo que es mi hermano cuando llora! Yo creo que lo deben oír en todo el edificio. Cuando mi mamá salió del baño y lo buscó a mi hermano, que estaba en el piso jugando, se lo dejaron a Braulio, ahí en un piso de colores que se llama goma eva. Así se dice, me explicó mi mamá.
Entonces, me pareció que a lo mejor Braulio también necesitaba descansar un poco de mi hermano. Y lo llevé a mi armario a descansar. Creo que, de alguna manera, me lo agradeció. No sé. Me salió así. No fue con mala intención, les aseguro.
En cuanto vio que no encontraba a Braulio, mi hermano se puso a llorar, obvio. ¡Si no sabe hacer otra cosa! Mi mamá dijo que ya lo buscaban, que muy lejos no podía estar. Yo pensé que bueno, que estaba bien, que ya el pobre Braulio tenía que salir del armario, cuando justo entró a mi cuarto Oliverio, nuestro perro. Yo había dejado la puerta abierta y justo Oliverio metió el hocico y lo agarró. ¡Qué susto me llevé! ¡¿Y si lo rompía?! Oliverio es el perro más bueno del mundo, pero también un poco bruto... Él juega así, con los dientes: lo zarandeó para un lado y para el otro. ¡Yo pensé que lo iba a descogotar! ¡No les puedo explicar la angustia que me dio! Menos mal que justo en eso llegó mi papá de la calle con un hueso o algo así y Oliverio soltó a Braulio enseguida y se fue tras el hueso.
Desde ese día, Braulio tiene algunos pelos menos (aunque, de verdad, no le queda nada mal). La ropa le quedó medio rara: el pantalón verde, con la marca de los dientes de Oliverio; y una manga de la remera distinta, como más corta... Pero le queda lindo. Tengo un primo más grande que se viste así, con la ropa medio rota, y él dice que está “a la moda”.
Pero lo más importante es que Braulio y yo nos hicimos amigos. A veces hablamos un montón: solo conmigo habla, porque mi hermano no entiende nada. Aprovecho cuando mi hermano duerme y yo estoy haciendo la tarea, o cuando salimos y está en la mochila de mi hermano. Total, solo nosotros nos entendemos. Ayer me dijo al oído, bien bajito, que quiere ser heladero, bombero y peluquero. ¡Hoy, que va a ser dentista y también equilibrista! Tiene tantas ganas de hacer cosas como yo. Por eso, ahora que nos conocemos nos llevamos bien. Ojo, igual no me molesta que duerma con mi hermano. Me gusta verlos juntos, pero ahora ya sé que, en el fondo, Braulio se parece más a mí que a él.