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“Manu en 1810” un cuento en donde Ema y su amigo Manu se encuentran con otro Manuel, uno que todos conocen: ¡Belgrano!

Billiken te invita a compartir una lectura increíble con los más chicos. Manu y Ema fabricaron una máquina del tiempo. Pero… ¿A dónde los llevará? Apretá el botón rojo y acompañá a Manu y Ema en sus aventuras.

Publicado por
Euhen Matarozzo

Por Florencia Esses

Ilustración: Eugenia Nobati

Manu y Ema estaban jugando a las cartas, pero de repente... ¡PLAC! Se cortó la luz.

–Vení, Ema, vamos a buscar velas –propuso Manu.

Los chicos subieron al cuartito de las herramientas, y apenas abrieron la puerta escucharon:

–¡Velas, velitas, para las damas y las damitas!

–¿Fuiste vos, Ema?

–No. Yo no dije nada.

La máquina del tiempo se había encendido sola.

El botón rojo brillaba como si tuviera fuego adentro, y las herramientas se sacudían al ritmo del...

PRUM, CRUNCH, ¡VELAS, VELITAS!, TACHÚN... MÁS PRUM, MÁS CRUNCH, MÁS VELAS VELITAS, MÁS TACHÚN.

Ema y Manu se deslizaron por un laberinto larguísimo y...

¿Dónde cayeron?

Ilustración: Eugenia Nobati

–Hoy no tenemos suerte, Manu. Acá también se cortó la luz –observó Ema.

–Tenés razón. ¡QUÉ NOCHE OSCURA! Esperemos que alguien prenda la luz rápido.

Pero no. La Luna era la única luz encendida.

–Y escuchá qué silencio... No pasa ni un auto... Ni un colectivo... –comentó Ema.

Tampoco iba a pasar un auto, mucho menos un colectivo.

–¿Por dónde vamos? –dijo Ema mirando para todos lados.

En eso, el sonido de un piano llegó a sus oídos...

–¡Vamos! La música viene de esa casa. Seguro que hay gente.

Manu y Ema siguieron el sonido de la música. Llegaron hasta la ventana de la casa.

Y espiaron, claro.

Ilustración: Eugenia Nobati

En la casa sí había luz. Pero no era la luz a la que estaban acostumbrados.

Algunas parejas bailaban el minué.

Algunas mujeres charlaban.

Algunos hombres jugaban a las cartas.

Un señor tocaba el piano.

–¡La casa está llena de velas! –dijo Manu.

Pero Ema no lo escuchaba. Estaba fascinada con los pasos de baile.

–Me encanta cómo se mueven todos al mismo tiempo. ¿Y si les pedimos que nos enseñen a bailar así?

Ilustración: Eugenia Nobati

–¡Ni loco! –contestó Manu mientras miraba fijo la cara de un señor que estaba haciendo una reverencia–. ¿Ema, no te suena conocida la cara de ese señor?

–¡Sí! Pero... ¿QUIÉN ES?

Los chicos se quedaron pensando. Ya empezaban a sentir el frío de la noche cuando una señora los llamó:

–¡Pasen por acá, niños! ¿Qué hacen solos en la calle a estas horas?

Los chicos pasaron al patio de la casa.

–¿Quieren una empanada? –les ofreció la señora.

Manu y Ema no lo dudaron.

–¡Están riquísimas! –agradeció Ema y siguió– ¿Usted no tendría una vela para iluminar la noche?

–¿Velas? No, no quedó ni una. Se usaron todas para iluminar el salón –se lamentó la señora.

Desde el patio de la casa veían mejor lo que pasaba en el salón principal. Manu tenía la vista fija en la cara de ese señor que le resultaba tan familiar.

–¡Ya sé, Ema! Es el señor del cuadro que está en la escuela. ¿Te lo acordás?

–¡SÍ! ¡ES BELGRANO! ¡BELGRANO, el creador de la bandera! –gritó Ema, tan fuerte que casi queda afónica.

Desde adentro de la casa, Belgrano escuchó los gritos de Ema y salió al patio.

Ilustración: Eugenia Nobati

–¿Alguien me buscaba? –preguntó.

Manu y Ema salieron casi corriendo. Era como si de repente el cuadro de la escuela cobrara vida...

Pero Belgrano los vio y les preguntó:

–¿Ustedes me llamaban?

Manu y Ema estaban duros. No se animaban a contestar.

–¿Cómo se llaman? –insistió Belgrano.

–...Mi nombre es Ema...

–...Mi nombre es Manu...

Ilustración: Eugenia Nobati

–¿Cómo ha dicho? ¿Manu? –se sorprendió Belgrano.

–¡Sí! Me llamo Manuel, pero me dicen Manu.

–Así que compartimos el nombre... ¡Mucho gusto! –dijo Belgrano dándole la mano.

–El gusto es mío. ¡La seño nos habla tanto de usted...!  

–¿Seño? ¿Qué seño? –Belgrano no entendía.

–Gracias por todo, señor Belgrano –dijo tímidamente Ema.

–¿Gracias por qué?  

–Bueno... es que usted... –Ema no sabía qué decir.

Desde el salón, alguien buscaba al Manu grande.

–Chicos, vuelvan a sus casas –se despidió Belgrano. Les dio una vela y agregó: Tomen. Los va a ayudar a iluminar la noche.

Manu y Ema se rieron. ¡ERA JUSTO LO QUE NECESITABAN!  

FIN

(Publicado en la edición 133 de La Valijita)

Si preferís leerlo en PDF, descargalo acá abajo

Etiquetas: cuento

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