“Mi cuarto”, la historia de un chico cansado de compartir la habitación con su hermano, pero que no sabe que cuando uno duerme solo pueden pasar cosas extrañas - Billiken
 

“Mi cuarto”, la historia de un chico cansado de compartir la habitación con su hermano, pero que no sabe que cuando uno duerme solo pueden pasar cosas extrañas

Billiken te acerca un nuevo cuento para leer con tus hijos este fin de semana. Una historia donde a nuestro pequeño protagonista después de mucho insistir se le cumple su deseo de tener su propio cuarto, pero en su nueva habitación descubrirá algo que no estaba en sus planes.
Por Rodolfo Piovera

Cuando cumplí los diez años y me tocó soplar las velitas de la torta pedí un deseo: tener mi propio cuarto. Sí, mi lugar y nada más que mío, un espacio para mi solito, para mi compu, mi cama, mis juguetes, mis cosas, bah… Pero para que ese deseo se hiciera realidad tenían que pasar dos cosas: que mis papás me dieran con el gusto y que hubiera un sitio en la casa para mudarme.

Ilustración: Catriel Tallarico

Les cuento cómo es mi situación. Hasta que cumplí los tres años dormía solito en un cuarto muy lindo, muy cómodo. ¡Era maravilloso! Solo estaban mis cosas y yo, mi pelota y yo, mis autitos y yo. Y yo, yo y nada más que yo. Hasta que nació Santino y todo cambio.

Santino es mi hermano, claro. Y lo quiero mucho, por supuesto. Bueno, más o menos. No exageremos. Después de dormir un tiempito en la pieza de mis papás, Santino vino a parar a mi cuarto, y ya nada fue lo mismo. Mi vida cambió para siempre a partir de ese día.

Lo recuerdo muy bien, fue en mayo de… ¡No! En septiembre, era primavera… Tampoco. Bueno, no importa cuándo. Hoy Santino tiene siete años y hace un montón que tiene su cama al lado de la mía. Y sus juguetes, su bici, su pelota… ¡No tengo espacio suficiente para vivir en paz! Cuando le duele la panza no me deja dormir. Cuando tiene pesadillas se pone a gritar y despierta a todo el mundo, y entonces viene mi mamá, enciende la luz y yo me quedo desvelado. Cuando quiero estudiar hace ruido o me empieza a hacer preguntas. ¡Quiere que le ayude con los deberes! No, amigos míos, esto ya no es vida y por eso pedí como deseo tener mi propio cuarto. ¡Y lo conseguí! Les cuento.

Debajo de la escalera hay un ambiente pequeño que en mi casa usan como depósito. Allí hay cajas llenas de cosas, un par de sillas con el tapizado roto por culpa de Felipe, el gato rascador, una lustradora que ya nadie utiliza pero que mi mamá no quiere tirar, una reposera que no sé para qué sirve, y un par de canastos con ropa vieja. Ah… y un globo terráqueo de plástico al que solo le falta un detalle: todos los países. Esa fue mi primera travesura, despegarle, con la uña, país por país… Era muy chico, más chico que Santino. Otro día les cuento cómo reaccionaron mis papis cuando me vieron patear el mundo, transformado en una pelota blanca.

No les dije que el día de mi cumpleaños, cuando soplé las velitas, dije mi deseo en voz alta. Nada de secretos, porque quería que todos se enterasen. Mis papis se miraron, sonrieron, y ahí supe que estaba cerca de conseguir mi objetivo. Un fin de semana desocuparon el depósito de la escalera, y la lustradora, los canastos con ropa vieja, la reposera… En fin, todos esos trastos fueron a parar a un container y de ahí a quién sabe dónde. El depósito, como por arte de magia, se convirtió en un espacio vacío que mi mamá empezó a arreglar con mi ayuda, por supuesto. En un par de días pintamos, limpiamos bien, bien y todo quedó listo para llevar mi cama y mis cosas. ¡Qué feliz me puse ese día! No solo yo, también Santino saltaba de felicidad ya que se había quedado con todo el cuarto para él y sin necesidad de decir nada ni de mudarse.

El depósito no en vano era depósito: muy pequeño, con el techo bajo a la altura de los pies de mi cama y luego cada vez más alto a medida que subía la escalera. Pero eso no me importó, era mi cuarto, para mí solo, y pensé que era el chico más feliz del mundo cuando me metí en la cama. Iba a dormir sin compañía después de tantos años. Solo sin Santino, sin sus pesadillas, sus fiebres, sus hipos, sus urticarias y sus dolores de panza. ¡Libre al fin! Lástima que…

ilustración: Catriel Tallarico

Lástima que al apagar la luz empecé a oír ruiditos extraños. Alguien o algo rascaba la pared del otro lado, pero no me animé a levantarme para ir a ver porque estaba todo oscuro. Después… después ese bum-bum-bum, como un latido, que se oía bajito, pero no dejaba de oírse. Me parece que era mi corazón, pero parecía otra persona metida adentro de mi cuerpo. Me acordé entonces de una película que había visto en la tele donde un monstruo salía de la panza de un astronauta. Ahí empecé a transpirar. Me dieron ganas de ir al baño, pero tenía miedo de salir de la cama. Metí la cabeza debajo de la frazada y me quedé así, quieto un rato largo. Fue peor. A los ruidos conocidos se agregaron otros. Sentí como pisadas, como si alguien hubiera entrado en casa. ¿Ladrones? ¿Monstruos? Al final me dormí, no sé cuándo.

A la mañana siguiente me mudé de nuevo con Santino. Hay más espacio en aquella habitación, menos ruidos. Al fin al cabo es mi hermano y no quiero que sufra una pesadilla y no tenga alguien al lado para que lo despierte, ¿no les parece?

FIN

(Publicado en la edición 5131 de Billiken)

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