El huracán de Norfolk y Long Island de 1821 se registró como uno de los ciclones tropicales más intensos que golpeó la ciudad de Nueva York en toda su historia. Surgió en el océano Atlántico, comenzó a intensificarse a principios de septiembre de ese año y rápidamente alcanzó la categoría de huracán mayor.
Según los registros históricos, la tormenta tocó tierra en Cabo Hatteras, Carolina del Norte, el 3 de septiembre de 1821, con vientos que superaban los 200 kilómetros por hora. Luego, continuó su trayecto hacia el noreste, atravesando Norfolk y Long Island, hasta alcanzar el corazón de la Gran Manzana.
Consecuencias y destrozos en Nueva York

El paso del huracán por la ciudad fue breve pero devastador. En apenas una hora, los fuertes vientos y la marejada ciclónica provocaron una crecida del agua que anegó por completo gran parte de Manhattan. De acuerdo con el National Weather Service, el nivel del mar subió más de 3 metros en menos de 60 minutos, una cifra que revela la magnitud del desastre.
Las consecuencias fueron múltiples:
- Manhattan quedó parcialmente sumergida, con el agua avanzando hasta Wall Street.
- Edificios y viviendas de madera colapsaron, incapaces de resistir los vientos.
- Los muelles del puerto se destruyeron, interrumpiendo el comercio marítimo.
- La cifra de víctimas humanas fue baja, en comparación con otros desastres, porque en ese entonces la población de Nueva York era de apenas 150.000 habitantes.
Si un fenómeno de tal magnitud se repitiera hoy, con la densidad poblacional actual, sus efectos serían catastróficos.
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Un huracán que marcó la memoria colectiva
El huracán de Norfolk y Long Island es recordado no solo por su fuerza, sino también porque fue el único gran ciclón que atravesó directamente el centro de Nueva York en los últimos 200 años. Los especialistas lo clasifican como un evento excepcional: su velocidad y trayectoria lo convirtieron en una tormenta poco común en la costa este de Estados Unidos.
Los historiadores señalan que, de no haber pasado con tanta rapidez, las consecuencias hubieran sido mucho más graves. El agua, que llegó hasta la zona donde hoy se levanta el distrito financiero, retrocedió en cuestión de horas, permitiendo que la ciudad se recuperara con mayor rapidez.
Huracán de Nueva York: una advertencia natural para el futuro

Aunque ocurrió en 1821, el recuerdo del huracán sigue siendo un recordatorio de la vulnerabilidad de Nueva York frente a los fenómenos naturales. Estudios recientes advierten que el aumento del nivel del mar y el cambio climático podrían favorecer tormentas de similar intensidad en el futuro.
La historia del huracán de Norfolk y Long Island es, en definitiva, una muestra de cómo la naturaleza puede cambiar el rumbo de una ciudad en cuestión de horas, dejando huellas que trascienden generaciones.
