Hasta entonces, solo existían las que debían ser descartadas por los médicos y, en algunos hospitales, se volvían a reutilizar.
Carlos Arcusín fue uno de los inventores nacionales más grandes de todos los tiempos. Entre otros dispositivos, creó la jeringa autodescartable. Se convirtió en algo clave para evitar contagios de enfermedades como la hepatitis o el VIH.
En 1989, el inventor argentino Carlos Arcusin pasó por la puerta del Sanatorio Güemes y vio, detalladamente, cómo se lavaban las jeringas que se habían usado durante el día para reutilizarlas después. Hasta entonces, estos artefactos debían ser descartados por el personal médico.
En ese momento, eran recurrentes los casos de SIDA y, una de las causas del contagio, podía estar relacionada con el lavado incorrecto y la reutilización de las jeringas. Esa imagen despertó en él, una idea innovadora: crear la versión autodescartable.
Este nuevo producto tenía una particularidad: su disco se separaba automáticamente del vástago que lo sostenía, evitando así que vuelva a estar en circulación. Una vez que se utiliza, no sirve más. De esta forma, se previenen contagios porque cada jeringa es de uso personal.
Por esta creación, Arcusin fue el primer argentino que recibió la medalla de oro de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual. Actualmente, se utilizan para las vacunas.
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