Decirle “doctor” a un abogado es algo tan común que pocas personas se detienen a pensar en el origen de esa costumbre. No se trata de un título académico específico ni de un rango universitario, sino de una tradición que nació en tiempos del Imperio Romano y que se mantiene viva hasta hoy.
En aquella época, la palabra “doctor” no estaba ligada únicamente a la medicina. Se usaba para designar a quien tenía un conocimiento profundo en un área del saber, como la filosofía, la teología o el derecho. Es decir, quien enseñaba o transmitía conocimientos era considerado “doctor”, sin importar si había escrito una tesis o alcanzado un grado académico.
¿Es correcto llamar "doctor" al abogado?
Con el paso de los siglos, la costumbre se consolidó. En la Edad Media, las universidades comenzaron a otorgar títulos formales de “doctor” a quienes demostraban excelencia en su disciplina, y el derecho fue una de las áreas más prestigiosas. De allí surgió la tradición de tratar a los abogados con este apelativo, que pasó a formar parte de la etiqueta profesional.
En Argentina, la práctica se mantuvo sin que existiera una norma que lo establezca. Sin embargo, el Sistema Argentino de Información Jurídica (SAIJ) aclara que para ser llamado "doctor" un abogado debe realizar el Doctorado en la Universidad. Lo mismo aplica a cualquier licenciado en su temática de estudio.
De hecho, en muchos países el término “doctor” sí se limita a quienes poseen un doctorado académico. Pero en el mundo hispano el trato se extendió más allá de ese requisito, y por eso llamar “doctor” a un abogado funciona como una forma de reconocimiento social que conecta con una tradición de más de 2.000 años.