Los taxis de Barcelona, en España, no siempre tuvieron el mismo funcionamiento. Ni siquiera podemos decir que siempre tuvieron el mismo look.
Hoy en día la cuestión es simple: como en cualquier otra parte del mundo, una persona de Barcelona se sube al taxi ―el cual se ve exactamente igual a cualquier otro vehículo del tipo: amarillo y negro―, indica cuál es la dirección a la que debe ir, el coche arranca y empieza a correr el taxímetro, que funciona en base a una tarifa estándar en toda la ciudad.
Antes, sin embargo, la cosa no era tan fácil. Los precios de este servicio variaban de coche en coche, y por una razón bastante particular.
¿Precio según el color?
Un siglo atrás, el funcionamiento de los taxis en Barcelona era algo caótico. No había un valor establecido para el servicio, sino una categorización de precios según el color del vehículo en cuestión. Así se determinaba cuánto debía pagar el cliente por cada kilómetro recorrido:
- Coches con una franja blanca - 40 céntimos.
- Coches rojos - 50 céntimos.
- Coches amarillos - 60 céntimos.
- Coches con franjas azules - 80 céntimos.
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El cambio que habría de uniformizar a los taxis de Barcelona
No fue sino hasta 1929 que la competencia causada por la diferencia de precios se descontroló. Para calmar la situación, el ayuntamiento unificó los códigos de colores y su precio asociado. A partir de ahí el precio y la apariencia del taxi fueron uno: 60 céntimos para los taxis con franjas amarillas.
Ya a partir de 1934, todos los vehículos que ofrecían el servicio lucían una carrocería bicolor negra y amarilla, una transformación que habría de mantenerse hasta la actualidad.