Por Mariana Weschler
Los duendes del Valle de las Petunias están rodeados de colores brillantes gracias a su clima cálido y soleado. Cultivan flores, frutas y verduras. Tienen lluvias breves cada tanto. Pero un día, el cielo se pone blanco, un olor rancio inunda el pueblo, la tierra se sacude con truenos que suenan más a “BUAAA” que a “BRRUM” y no solo caen gotas del cielo, sino que un torrente de agua inunda el valle.
El agua arruina las huertas, se cuela en las casas, marchita las flores. La inundación viene de lo alto de la montaña, justo donde se acaba de mudar Grosco, el Ogro.
“Seguro esto es culpa del Ogro, alguien debe detenerlo”, proclama el Alcalde frente a los duendes reunidos en la plaza, y agrega temeroso “¿Quién?”.
Nadie parece animarse, salvo Menta y Jengibre, una pareja de duendes cocineros.
Fabrican máscaras de hierbas aromáticas para evitar el olor nauseabundo, megáfonos de plantas para hacerse escuchar por el gigante, llevan una canasta de frutillas (las preferidas de los duendes) y emprenden el camino. Como está inundado, la primera parte del viaje la hacen montados en patos. Luego una rana los lleva a los saltos por la colina embarrada. Por último, una golondrina los ayuda a alcanzar el timbre de la puerta. El castillo tiembla.
“¿QUIÉN ES?”.
El ogro grita tan fuerte que Menta y Jengibre casi se caen y ruedan todo el camino de vuelta al valle. Se sostienen del picaporte con todas sus fuerzas cuando Grosco abre. “¡AQUÍ NO HAY NADIE!”, dice enojado y casi cierra de un portazo cuando la duenda consigue sacar el megáfono para gritar: “Somos Menta y Jengibre del valle de las Petunias, venimos a conversar… ¡y trajimos frutillas!”
El Ogro los apoya sobre la palma de la mano. Los duendes tiemblan de miedo y de sorpresa. Grosco no se ve como lo esperaban. Está vestido con un delantal multicolor y un gorro de cocinero.
“¿No me digas que te gusta cocinar?”, pregunta Jengibre.
“¡Es mi pasión!”, dice el ogro.
Los duendes le cuentan sobre la inundación en el valle y de cómo se arruinaron sus flores y cosechas. “No sabemos cómo ocurrió esta tormenta, lo que sabemos es que nunca había sucedido algo así antes”.
“La verdad que no era mi intención”, se disculpa Grosco ante el asombro de los duendes y los invita a conocer su cocina. Menta y Jengibre se ponen sus máscaras aromáticas, el olor a cebolla es insoportable.
“Ayer hice mi famosa receta de tarta de cebollas. Y me hicieron llorar mucho. Creo que nunca lloré tanto. Tenía las ventanas abiertas porque el aire se hacía irrespirable…”.
“Entonces no hubo tormenta… ¡fueron tus lágrimas que salieron por las ventanas y corrieron hacia el valle!”.
¿Quién puede negarle a un gigante el derecho a comer tarta de cebollas? Mucho menos a que llore. A los duendes se les ocurre una idea.
Una vez al mes, en el Valle de las Petunias hacen seis tartas de cebollas que le llevan de regalo al gigante. Para él son como media docena de empanadas. Y dos veces por semana, el gigante les manda una porción de lo que sea que haya cocinado de rico, que a ellos les rinde como para doce duendes.
El gigante igual llora, pero como no es por el olor a cebolla, lo hace lejos de las ventanas o se seca las lágrimas con pañuelos de ogro. Otras veces ríe. En varias ocasiones lo acompañan sus amigos Menta y Jengibre.
FIN
(Publicado en la edición 178 de La Valijita)
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