En el corazón de la Ciudad de Buenos Aires, donde hoy se alzan mansiones y embajadas, existió una quinta que marcó la transformación de la zona. Se trataba de la Quinta Hale-Pearson, una de las residencias más imponentes del siglo XIX, que con el tiempo dio paso al actual barrio de La Isla, uno de los más exclusivos de la capital argentina.
Samuel Brown Hale, un millonario norteamericano en Buenos Aires
El origen de esta historia está ligado a Samuel Brown Hale, un inmigrante estadounidense que llegó a la Argentina en el siglo XIX y rápidamente construyó una gran fortuna. Se dedicó al comercio, la agricultura y las inversiones, y llegó a ser uno de los hombres más ricos del país. Su fortuna le permitió adquirir terrenos privilegiados en la ciudad, entre ellos, la loma donde mandó a construir una lujosa quinta rodeada de jardines, ubicada entre las actuales calles Agüero, Las Heras, del Libertador y Agote.
En ese tiempo, Buenos Aires comenzaba a modernizarse, y contar con una residencia en una zona elevada, cercana al centro de la ciudad y con amplios espacios verdes era un verdadero símbolo de poder y prestigio.
La construcción de la Quinta Hale-Pearson
La quinta se levantó en lo que entonces era un área que combinaba residencias de elite con terrenos todavía despoblados. La propiedad, de varias hectáreas, estaba rodeada de jardines, establos y sectores de cultivo que le daban el carácter de una “chacra urbana”: un oasis de lujo dentro de la ciudad.
La residencia principal, de estilo europeo, contaba con salones amplios, galerías y una vista privilegiada hacia el río. Con los años, la propiedad se convirtió en un punto de encuentro social y en un símbolo de la vida acomodada de la época.
De la Quinta Hale al barrio de La Isla
Tras la muerte de Samuel Brown Hale, la quinta pasó a manos de su familia, los Hale-Pearson, quienes mantuvieron la propiedad durante varias décadas. Sin embargo, más tarde los terrenos pasaron a manos de la firma inglesa Baring Brothers. Hacia comienzos del siglo XX, la presión urbanística y la expansión de Buenos Aires hicieron inevitable el cambio.
En 1906 el intendente Alberto Casares autorizó la compra de los terrenos de la quinta para crear un barrio-parque. La propiedad fue subdividida y comenzó un proceso de loteo que dio lugar al barrio conocido como La Isla. Se lo llamó así por su forma triangular rodeada de calles empinadas. El nuevo barrio pronto se llenó de palacetes y mansiones de estilo europeo, que convirtieron a la zona en un lugar exclusivo y distinguido.
El origen de un enclave aristocrático
La Isla se transformó en un barrio aristocrático, donde familias adineradas construyeron sus residencias. Con el tiempo, el área adquirió una fisonomía única: calles adoquinadas, escalinatas, casas de estilo francés e inglés, y jardines cuidadosamente diseñados.
Desde la década de 1940, la Ley de Propiedad Horizontal impulsó la construcción de edificios y muchas de las mansiones del barrio fueron demolidas. Así, entre 1950 y 1980 se levantaron la mayoría de los departamentos de más de diez pisos que hoy predominan en la zona.
Hoy, La Isla conserva ese aire distinguido. En sus ocho manzanas conviven embajadas, edificios de departamentos de alta categoría y residencias históricas que remiten a la época dorada de la ciudad.
La Embajada Británica y el legado de la quinta
Uno de los terrenos que formaron parte de la antigua quinta es el que ocupa actualmente la Embajada Británica, en la calle Dr. Luis Agote. El edificio fue inaugurado en 1942, fue diseñado con el espíritu de elegancia que caracterizó a la zona desde los tiempos de la Quinta Hale-Pearson.
La presencia de esta sede diplomática refuerza el carácter internacional y sofisticado del barrio, consolidando la herencia de aquel espacio que, en sus orígenes, fue una quinta levantada por un millonario norteamericano.
La transformación de un paisaje urbano
La historia de la Quinta Hale-Pearson muestra cómo Buenos Aires fue transformando su fisonomía a medida que crecía. Lo que alguna vez fue un terreno con cultivos y jardines privados se convirtió en uno de los enclaves residenciales más lujosos de la ciudad.
El paso del tiempo borró las huellas materiales de aquella quinta, pero su influencia permanece: sin ella, probablemente La Isla no sería hoy uno de los barrios más codiciados y emblemáticos de la capital argentina.