En América, este modelo educativo es frecuente fundamentalmente en Canadá y Estados Unidos.
Las Escuelas Bosques, también llamadas "escuelas en la naturaleza" promueven un modelo educativo al aire libre. Este movimiento comenzó en la década del 50 en Dinamarca y fue impulsado por Ella Flatau, una madre que, sin saberlo, creó una nueva forma de enseñar.
Los "Forest Kindergarten" (Jardines de Bosque) surgieron en 1950. Ella Flatau pasaba mucho tiempo con sus hijos al aire libre y, muchos padres, comenzaron a imitarla. Con el paso del tiempo, decidieron agruparse e impulsaron la creación de ese primer jardín infantil en medio de la naturaleza.
A partir de 1968, esta pedagogía comenzó a expandirse por Suecia, Escocia y Alemania. En este último país, desde 1993, estas escuelas ya son oficiales. Actualmente, existen allí alrededor de mil instituciones educativas que se rigen con este enfoque.
Hoy en día las Escuelas Bosques son frecuentes en el centro y norte de Europa. No obstante, este modelo educativo va ganando terreno lentamente en los países mediterráneos y los del este de Europa. En América, por ejemplo, son frecuentes fundamentalmente en Canadá y Estados Unidos.
Una de las características más distintivas de las Escuelas Bosque es que funcionan al aire libre. Según este modelo educativo, un río, la costa, el monte o una sierra son escenarios naturales óptimos para desarrollar las diversas materias educativas. El enfoque de esta metodología está puesto en el derecho al juego, a la experimentación, al movimiento y al asombro.
Las escuelas en la naturaleza consideran que el interés y la motivación personal de los propios estudiantes son fundamentales para sus procesos de aprendizaje. Según este modelo pedagógico, el propio entorno silvestre actúa también como educador. Proporciona estímulos que favorecen la curiosidad, el movimiento, la experimentación y las ganas de investigar y aprender.
Bajo este enfoque educativo, los docentes son acompañantes que no ofrecen respuestas, sino que realizan preguntas que favorecen el pensamiento reflexivo y dan pie a la investigación por parte de los alumnos. En este sentido, los educadores confían en la capacidad de autodeterminación, autonomía y autoestima de los niños y las niñas. Consideran a los factores de riesgo como una dimensión pedagógica que sirve como vehículo de autoconocimiento y crecimiento de los chicos.
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