En términos sencillos, la contaminación es la presencia de algún agente extraño en un ambiente natural que daña o desequilibra ese entorno. Ese contaminante puede ser sólido, gaseoso o líquido, ya sea alguna sustancia energética o química.
En la gran mayoría de los casos, la contaminación es producto de las actividades humanas, pero a veces son procesos naturales los que pueden perturbar el equilibrio de un medioambiente. En todos los contextos, hay distintas acciones que pueden ayudar a restaurar el balance perdido, ya sea a nivel individual como social.
¿Cuáles son los tipos de contaminación?
Una tarde de domingo, en que la gran mayoría descansa o duerme la siesta, subir el volumen de la música al máximo puede considerarse una traición al descanso de los otros. Si todos los vecinos de un barrio entero hicieran lo mismo, podríamos hablar de contaminación acústica o sonora: es decir, cuando los decibeles superan el límite de los niveles "naturales" del entorno urbano.
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Y así como existe esa contaminación, existen otras que se dividen en dos grandes grupos. El primero lo marca el tipo de contaminante, es decir, cuando la alteración de un ambiente es:
- Lumínica, por el exceso de iluminación artificial en las ciudades.
- Microbiológica, ante la presencia de microorganismos como bacterias y hongos.
- Radioactiva, por accidentes en centrales nucleares o mineras que desechan residuos radioactivos.
- Térmica, por el aumento de las temperaturas.
- Química, ante sustancias químicas que se desechan.
- Visual, por el exceso de elementos visuales en un paisaje, como edificios, carteles, etc.
El segundo grupo se caracteriza por el tipo de medio que sufre la contaminación, y que puede originarse gracias a la introducción de alguno de los tipos anteriores. Entre ellos, se encuentran la contaminación atmosférica, del suelo (de la tierra) o hídrica (del agua).