En las primeras épocas de la humanidad, los niños y niñas no iban a la escuela. Las primeras instituciones educativas eran muy diferentes en Sumeria, Egipto, Mesoamérica e India.
En las primeras épocas de la humanidad, los niños y niñas no iban a la escuela. Aprendían, por ejemplo, a cazar, a fabricar herramientas, a encender el fuego, a venerar a sus dioses y a la naturaleza cuando participaban de las actividades de los adultos.
Tal como lo indican Carla Baredes y Pablo Pineau en “La escuela no fue siempre así” (2008), tuvieron que pasar muchos siglos para que los chicos y chicas empezaran a ser educados en una escuela. Cada civilización eligió la manera de hacerlo según sus creencias y costumbres.
En Sumeria solamente los niños de la clase alta iban a la escuela de escribas. Allí una persona escribía sobre tablillas de arcilla y luego los chicos copiaban el texto. Los más avanzados escribían mediante el dictado. Había vigilantes encargados de controlar la asistencia y el comportamiento a través del látigo.
En el Antiguo Egipto los niños empezaban yendo a la “casa de instrucción”, donde aprendían la lengua, la escritura y la religión. Copiaban y recitaban de memoria los textos provistos por su maestro, los cuales hablaban de moralidad y urbanidad, y daban recomendaciones y consejos.
Los mexicas que pertenecían a la nobleza estudiaban en el Calmécac, donde practicaban deportes y aprendían rituales, interpretación del calendario, canto, poesía y artes militares. Los hijos de los funcionarios aprendían administración y gobierno, y los hijos de los sacerdotes seguían los pasos de sus padres y estudiaban religión. Los niños de las familias comunes iban al Telpochcalli a aprender a usar armas y a formarse en los oficios de agricultor, pastor y artesano.
A las primeras escuelas indias solamente podían ir los niños blancos que pertenecían a las castas superiores. Allí aprendían religión, lectura, escritura y aritmética. Las clases se daban al aire libre y los niños empezaban a escribir en la arena para luego hacerlo sobre hojas de plátano. En las clases de aritmética aprendían a sumar, restar, multiplicar y dividir. El maestro se ocupaba de cada alumno como si se tratara de su propio hijo. Se creía que era un Dios hecho hombre y su vida estaba regida por muchas normas: a los cuarenta años debía casarse y formar una familia y, de anciano, tenía la obligación de abandonar todo y recluirse en el bosque para dedicarse a la meditación y el yoga.
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