En sus orígenes, la palabra shampoo se escribía champú y no se refería al producto comercial que actualmente encontramos en las góndolas de los supermercados. En ese entonces, este término simbolizaba masajear el pelo.

La tradición de cuidar el cabello comenzó con los Antiguos Egipcios. Aquella civilización fue la primera en descubrir que el sebo natural del pelo era la causa principal de su suciedad. Para eliminar la grasa, crearon un líquido a base de jugo de limón que frotaban sobre el cuero cabelludo. Esta forma de aplicarlo, aún continúa implementándose en las sociedades modernas.

Ya en 1880, el shampoo empezó a estar de moda entre los peluqueros de la época quienes fabricaban uno a base de jabón negro. La particularidad es que solo se lo suministraban a personas de clase alta. Por lo tanto, todavía, no era un producto de alcance masivo. Diez años más tarde, Alemania comenzó a vender de forma industrial un producto muy similar al detergente que tenía como objetivo cumplir esa misma función.

El shampoo moderno, como lo conocemos hoy, lo desarrolló un joven estadounidense en 1930. Creó dos tipos: uno para cabello graso y otro para el seco. En poco tiempo, rompió el récord de ventas y se volvió millonario.