Villa Epecuén nació el 23 de enero de 1921 a orillas de la laguna homónima, a unos 7 km al norte de Carhué. Su fundador, Arturo Vatteone, inauguró ese año el primer balneario, bautizado “Mar de Epecuén”.
El secreto de su éxito fue la alta salinidad del lago, comparable a la del Mar Muerto, cuyas aguas termales se atribuían cualidades medicinales para enfermedades reumáticas y de la piel.
Esta fama atraía a familias de Buenos Aires y de todo el país. En pocas décadas, en el balneario se levantaron hoteles, residencias lujosas (incluso un moderno matadero ideado por el arquitecto Francisco Salamone) y fábricas de sal.
Hacia 1930 la villa ya contaba con instituciones básicas (escuela, iglesia, estación de tren) y siguió expandiéndose. Luego, en los años ’70, en su época dorada, la localidad tenía unas 1.500 personas viviendo allí y 25.000 visitantes en el verano.

El turismo de salud, la belleza del paisaje y la cercanía al puerto ferroviario reforzaron su popularidad.
En resumen, Villa Epecuén pasó de ser un modesto asentamiento costero a uno de los balnearios más exclusivos de la provincia, elegido por la alta sociedad porteña para vacacionar y tratar enfermedades crónicas.
La inundación de Villa Epecuén en 1985
A principios de los ’80 comenzaban a acumularse señales de alerta: fuertes lluvias periódicas hacían crecer el lago entre 50 y 60 centímetros por año, a pesar de un muro de contención de unos 4–5 m de altura.
En 1975 se había empezado a construir el Canal Ameghino para regular las lagunas de la región, pero la obra quedó inconclusa tras el golpe militar de 1976. Sin esa obra completa, una sudestada en noviembre de 1985 resultó catastrófica.

La madrugada del 10 de noviembre de 1985, el agua finalmente venció el terraplén defensivo e ingresó con fuerza al pueblo. En cuestión de horas Villa Epecuén quedó sumergida; los vecinos debieron evacuar apresuradamente sus hogares. Afortunadamente no hubo víctimas fatales, pero la mayoría perdió todo su patrimonio: casas, autos, muebles e incluso documentos familiares.
Tras el desastre, el pueblo quedó totalmente abandonado. El agua cubrió las calles y edificios lentamente. En 1987 se alcanzó el nivel máximo (unos 7–10 metros de altura), y las ruinas de Villa Epecuén permanecieron ocultas durante casi dos décadas.

Durante ese tiempo, los sobrevivientes de la región recordaban el lugar con nostalgia, mientras la naturaleza hacía su trabajo: edificios enteros y árboles quedaron petrificados bajo la salmuera.
Villa Epecuén hoy: ruinas y memoria
A partir de mediados de los años 2000, el agua comenzó a retroceder lentamente gracias a obras de contención en la laguna. El espejo de agua volvió casi a su cota original, dejando al descubierto calles, manzanas y edificios emblemáticos en ruinas.
Actualmente es posible ver las carteleras de las calles, los restos oxidados de vehículos y estructuras como el antiguo hospital termal o el matadero deshabitado. Abundan los eucaliptos petrificados y construcciones semiderruidas: un paisaje apocalíptico pero fascinante.
Así, Villa Epecuén se ha convertido en un pueblo fantasma que revive en la memoria colectiva. Cada año lo visitan fotógrafos, turistas nacionales y extranjeros, y hasta deportistas extremos que recorren sus senderos inundados.

Las ruinas de la villa, bañadas por el sol, son hoy un atractivo inusual. El Matadero de Salamone, el balneario municipal y los carteles de Avenida de Mayo (una de sus calles históricas) son puntos obligados del recorrido turístico, al igual que el «Bosque Salinizado» cuyos árboles quedaron blancos por la sal.
Aún se habla de las virtudes curativas de la laguna salada, pero ahora su leyenda principal es otra: la de un pueblo que desapareció y emergió. Desde 2021, la ruta hacia la villa hundida figura entre los circuitos turísticos más visitados del partido de Adolfo Alsina.
Una vida en las ruinas

El último vestigio humano fue Pablo Novak, conocido como “Don Pablo”. Nadie quiso dejar su casa tan fácil, por lo que Novak se quedó en Villa Epecuén entre los escombros tras la inundación. Vivió allí con su perro Chozno y una bicicleta hasta enero de 2024, cuando murió a los 93 años.
Su lealtad convirtió a Novak en un símbolo de la villa. Tras su fallecimiento (pocos días antes de cumplir 94 años), se declaró oficialmente a Villa Epecuén un pueblo desierto. Hoy su familia cuida la casona donde vivió, abierta como pequeño museo al aire libre.
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El curioso Récord Guinness que batió Epecuén
A 40 años del desastre, Villa Epecuén ofrece una poderosa lección de historia y naturaleza. Sus recuerdos construyen un puente entre el pasado aristocrático de Argentina y las tragedias naturales modernas.
El espejo de sal ahora resignifica el lugar: las ruinas quietas invitan a la reflexión sobre la memoria colectiva y la fragilidad humana. Todo lo que alguna vez fue esplendor se hundió bajo el agua, y surgió transformado en monumento a la resiliencia y al respeto por el medio ambiente.
