Los productos de belleza e higiene no siempre fueron fabricados con el estándar de seguridad al que estamos acostumbrados hoy en día. Todo era potencialmente peligroso, desde el maquillaje hasta los vestidos e incluso el peine y la peineta.

Si bien se usaba con el mismo fin que en la actualidad ―emprolijar nuestro pelo―, había un detalle fundamental en su fabricación que solía hacer del peine un potencial arma mortal.

Los hechos, las muertes

Los peines con los que antes las personas acomodaban su pelo, así como las peinetas que comúnmente llevaban las mujeres en la cabeza, podían explotar si se calentaban demasiado.

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Así sucedió en Pittsburgh, Pensilvania, donde un hombre perdió la vida mientras se peinaba su extensa barba gris. En Brooklyn, Nueva York, la cuestión llegó a ser más masiva: explotó una fábrica de peines en su totalidad.

Era común, en aquél entonces, que los productos de belleza se fabricaran con productos químicos que hoy en día consideramos demasiado tóxicos. Sus usuarios, y sobre todo los obreros a cargo de su fabricación, eran quienes más sufrían sus consecuencias.

¿Por qué el peine explotaba?

La respuesta está en la composición química del celuloide, el material plástico del que solían estar hechos los peines. Este tiene nitrato de celulosa, un componente altamente inflamable que posee propiedades explosivas parecidas a la pólvora, y alcanfor, que le daba al celuloide su flexibilidad y también era inflamable (aunque menos que el nitrato de celulosa).

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Así, mientras el peine estuviera en un clima frío o templado, todo bien. Pero ni bien se lo exponía a altas temperaturas o a una fuente de calor intensa, comenzaba a correr el peligro. La naturaleza del material lo hacía encenderse fácilmente, y las reacciones químicas del proceso terminaban causando, en muchos casos, una explosión.