El humo siempre llama la atención. Aparece cuando encendemos una vela, al cocinar o en una fogata. Y si bien parece un gesto natural que se eleve hacia el cielo, en realidad responde a leyes físicas que lo diferencian del aire frío que lo rodea.
Básicamente, el humo asciende porque es más caliente y, por lo tanto, menos denso que el aire que lo circunda. Esa diferencia de densidad genera una corriente ascendente que lo empuja hacia arriba, del mismo modo en que una burbuja sube en el agua.
La explicación científica
La clave está en la densidad. Cuando el aire se calienta, sus moléculas se mueven más rápido y se separan entre sí, volviéndose menos compactas. El humo, al estar compuesto por gases calientes y partículas microscópicas, pesa menos que el aire frío circundante. Por eso, tiende a elevarse.
La Agencia Estatal de Meteorología de España (AEMET) lo explica con un ejemplo simple: si una corriente de humo se encuentra rodeada de aire frío, se moverá hacia arriba porque ocupa más volumen y resulta más ligero en comparación.
¿El humo puede descender?
El humo no siempre asciende. En condiciones de aire frío y estable puede acumularse y desplazarse de forma horizontal. Por eso funciona como indicador del clima: en la atmósfera, su comportamiento ayuda a los meteorólogos a comprender cómo circula el aire y a prever la dispersión de contaminantes.
Otra curiosidad respecto al humo es que este varía de color: si es blanco indica que hay vapor de agua, mientras que si es negro refleja la combustión de materiales.
En rasgos generales, el humo es un ejemplo cotidiano para entender cómo funciona la transferencia de calor en la atmósfera. A fin de cuentas, la diferencia entre las corrientes de aire caliente y las de aire frío son las que mantienen en movimiento a la atmósfera terrestre.