El normalismo fue clave en la formación de docentes y fue la corriente que estuvo en la base de la constitución del sistema educativo argentino. Junto con la ley 1.420 de educación común, marcó una extensa etapa de la educación en el país.
El Positivismo
Como corriente de pensamiento, el normalismo se nutrió del positivismo que, a su vez, recibía los aportes de la sociología de Spencer y Comte, además de los principios antropológicos de Darwin. El positivismo, con su confianza en el progreso, se había desarrollado en el contexto de la Revolución industrial y las consecuencias que tuvo en el avance científico y tecnológico. El positivismo se caracterizó por su confianza en las ciencias naturales y por reivindicar el valor de los métodos experimentales, como así también por la convicción de que era posible promulgar leyes universales. Así, en el campo educativo esto se tradujo en una concepción instrumental de la pedagogía. En esta concepción el docente era un aplicador de principios didácticos y el alumno era un sujeto capaz de ser interpretado a la luz de leyes psicológicas y fisiológicas generales.
El positivismo tuvo dos vertientes. Una ligada al mundo universitario que se manifestó, entre otras cosas, en el interés por las disciplinas bio-sociológicas. La otra faceta se desarrolló en el campo del magisterio, principalmente a través de las escuelas normales, como la Escuela Normal de Paraná, la primera en su tipo en Argentina.
El Normalismo
El normalismo, influenciado por el positivismo, ocupó un lugar destacado en la formación de docentes en Argentina. Al mismo tiempo, contribuyó a determinar la orientación pedagógica de las escuelas de la mano de Domingo Faustino Sarmiento. Incluso, la ley 1.420 está regida por los principios del normalismo en cuanto a promover la enseñanza elemental y establecer la escuela mixta y laica.
Efectivamente, el normalismo fue una nueva corriente educativa diseminada a través de las escuelas normales, cuyo principal centro estuvo en la Escuela Normal de Paraná. Esta forma de pensamiento confiaba en las ideas del progreso cientificista, adhería a un enciclopedismo en el terreno pedagógico. También consideraba a la docencia como un sacerdocio laico y conllevaba un fuerte sentido de autoridad junto con una sacralización de los símbolos patrios.
La ley 1.420 se había pensado desde una óptica homogeneizadora para la formación de los futuros ciudadanos. En ese contexto el normalismo educativo consideraba a los maestros como aquellos apóstoles cuya misión era educar y formar a esos ciudadanos. Por lo tanto, la práctica pedagógica se caracterizaba por la planificación, la evaluación y la disciplina, entre otras cosas.
Muchas décadas después, en 1968 el gobierno de entonces decidió eliminar la formación normalista de docentes como una rama del nivel secundario pasándola al nivel superior no universitario.