Arquímedes nació en Siracusa, una ciudad que hoy pertenece a Italia. Pero en la Antigüedad era una ciudad independiente fundada por griegos, donde se hablaba griego y se cultivaba la cultura griega. Por eso a Arquímedes se lo considera griego. Además de físico fue ingeniero, inventor, astrónomo y matemático. Un verdadero genio. Hace más de dos mil años hizo grandes descubrimientos para la física, como el principio de la palanca. Mientras tanto, diseñó máquinas que su ciudad utilizó para defenderse de los ataques enemigos.
Roma quería conquistar Siracusa, una ciudad costera de la isla de Sicilia, frente al mar Mediterráneo pero no podía. Era el año 212 antes de Cristo. No existían la pólvora ni los misiles, y todo se arreglaba a espada limpia. Pero del otro lado estaba Arquímedes, un genio que no paraba de inventar cosas y estaba dispuesto a no dejarlos tomar su ciudad natal.
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Uno de sus inventos produjo pánico entre los romanos: el de los espejos ustorios o espejos que queman. Pero en esa época no existían los espejos como los conocés hoy: estaban hechos de metal pulido, casi siempre bronce. ¿Se podían transformar en armas mortales? Arquímedes descubrió que sí: solo había que desviar los rayos del sol contra los barcos. ¿Con un espejo? No, con cientos de ellos. En cuestión de minutos, los barcos se incendiaban como si se les hubiera lanzado una bomba.
El principio de Arquímedes
Arquímedes dedujo que la manera de saber si una corona había sido hecha solo con oro, sin el agregado de ningún otro material, era sumergirla en un recipiente con agua. La corona desplazaría una cantidad de agua igual a su propio volumen. Al dividir el peso de la corona por el volumen del agua desplazada se podría obtener la densidad de la corona. Esa densidad sería menor que la densidad del oro si le hubieran sido añadidos otros metales. Este principio físico se conoce como empuje hidrostático, aunque más familiarmente se lo llama Principio de Arquímedes.
La palanca de Arquímedes
“Dame un punto de apoyo...y moveré el mundo” dicen que dijo Arquímedes al formular el principio de la palanca. En realidad, a la palanca ya se la conocía desde la Prehistoria, pero ninguno había sabido explicar por qué funciona como lo hace. Su uso permitió a los marineros de Siracusa levantar objetos que, de otro modo, hubieran sido demasiado pesados como para moverlos.