Es la una de la tarde de un miércoles cualquiera. En la escuela es cambio de hora y de docente. Estudiantes y profesores están ya cansados, hace calor y el ambiente se siente cargado. Marta es la profesora de Matemáticas, y llega al aula con un plan muy definido de lo que quiere hacer hoy. Pero se encuentra con un alumno llorando tras una pelea con otro estudiante, en la que se han insultado. Por suerte, Marta ha desarrollado una buena competencia emocional docente.
Abandonando momentáneamente los planes que tenía, esta docente imaginaria reconoce una situación clave para enseñar a los estudiantes la importancia de una emoción básica, el enojo: tenemos que controlarla pero no podemos suprimirla. El enfado es necesario y tiene su función. Además, Marta propone a los estudiantes estrategias de regulación emocional para salir del enojo: cambiar el pensamiento, hacer tareas agradables que entretengan, hablar o estar con alguien, intentar estar solo, evaluar y analizar la situación, dar un paseo… Finalmente, les explica que cada persona tiene que encontrar la estrategia de regulación que mejor se adapte a sí misma e insiste en que se consigue con entrenamiento y práctica.
No todos los docentes tienen esta capacidad de reconocer el potencial de una situación así y facilitar un aprendizaje emocional. Situaciones fáciles se vuelven complejas si los docentes no son buenos gestores de sus emociones y las de los demás. Sería interesante que los centros educativos incorporasen a los planes de evacuación que tienen (incendio, inundación ….) ¡el plan de evacuación emocional! Es lo que Marta ha puesto en práctica con sus alumnos.
Competencia emocional docente para escenarios ambiguos y cambiantes
Ser docente supone tener la capacidad de dar respuesta a multitud de escenarios ambiguos, cambiantes, inciertos y, sobre todo, emocionales. En el aula se generan oportunidades de aprendizaje emocional todos los días.
Alcanzar una buena competencia emocional docente permite disfrutar de la profesión y hace que los estudiantes aprendan mejor. La competencia emocional de un docente radica en su capacidad de utilizar conjuntamente rasgos de personalidad y habilidades aprendidas de tipo emocional y empático que intervienen en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Si carecemos de competencia emocional docente, difícilmente podremos enseñar dicha competencia. Dado que se puede aprender, parece recomendable que los futuros docentes puedan formarse en ella y que los docentes que ya ejercen la puedan adquirir y mejorar.
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Empáticos, pero sin sobreimplicarse
La competencia emocional la definimos como una combinación de inteligencia emocional y empatía afectiva y cognitiva (es decir, la capacidad de conectar con las emociones de los demás y entenderlas).
La competencia emocional supone también la capacidad de graduar estos rasgos empáticos: es importante que los docentes con alta empatía sean conscientes de que la tienen y eviten sobreimplicarse, pues esto puede conducir al síndrome de estar quemado.
Competencia emocional docente y resiliencia
La importancia de la competencia emocional docente se manifiesta especialmente en contextos adversos o situaciones de crisis. Como han demostrado estudios empíricos realizados durante el periodo de confinamiento, los docentes con una competencia emocional óptima son más resilientes y se sienten con más energía en situaciones adversas y negativas como las vividas en la pandemia. También son más creativos y, por tanto, también más capaces de contagiar un mejor ambiente emocional con su alumnado.
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A mayor competencia emocional docente, más conciencia de su importancia
Los estudiantes universitarios y futuros maestros con mayores competencias emocionales son más sensibles a la importancia que tiene la formación en este tipo de competencias. Y por ello, las consideran básicas para su rutina dentro del contexto educativo.
Al mismo tiempo, el profesorado de nuestras aulas posee una competencia emocional docente baja. Son los docentes con bajo perfil emocional los que dan menor importancia a la formación de estas habilidades y, por tanto, serán incapaces de enseñar dicha competencia en sus clases.
Promover esta formación inicial y permanentemente en el profesorado contribuirá a que cada vez más docentes valoren la importancia de estas habilidades en su quehacer diario, y que además sepan impregnar en su alumnado motivación a la hora de aprender por su forma de impartir las materias. No es un mito, ni una moda: es una necesidad.
(c) The Conversation / María Cristina Sánchez López y Helena Fuensanta Martínez-Saura (Universidad de Murcia) / imagen: Freepik