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¿Sabías que por muchos años las escuelas no tuvieron recreo?

Recién a mediados del siglo XX algunos maestros, médicos y pedagogos empezaron a decir que era necesario tener ratos de descanso. 

Publicado por
Julieta Escat

Durante mucho tiempo las clases no tuvieron recreo, horario fijo ni duración determinada. Tal como lo indican Carla Baredes y Pablo Pineau en “La escuela no fue siempre así” (2008), el maestro regulaba el tiempo como podía o quería, y los alumnos debían aprovechar todo ese tiempo para aprender mucho. No estaba permitido descansar ni jugar ni conversar

Con las escuelas lasalianas aparecieron los primeros horarios. Y en las escuelas lancasterianas las jornadas se dividieron en dos bloques de tres horas: uno por la mañana y otro por la tarde. Las tareas estaban bien organizadas y no había un minuto dedicado al descanso. Jugar, distraerse o hacer lo que a cada uno le diera la gana se consideraba una pérdida de tiempo y un peligro para la disciplina. Las escuelas no tenían patio ni lugares para jugar o moverse porque no hacían falta

A mediados del siglo XX algunos maestros, médicos y pedagogos empezaron a decir que era necesario que hubiera ratos de descanso. Algunos años después, aparecieron los recreos y los patios. Respecto de estos últimos, es necesario aclarar que había un patio para niños y otro para niñas (cuando la escuela era mixta). Por otro lado, había un patio para los más chicos y otro para los más grandes. 

La escuela mexicana en el siglo XIX y la policía escolar

Aunque la escuela pasó a ser obligatoria en México en 1867, no todos los niños asistieron inmediatamente. Algunos se quedaban jugando en las calles y se resistían a entrar, aunque tuvieran patio y recreo. Para “persuadir” a los rebeldes se creó la policía escolar, que era un escuadrón que recorría las calles y atrapaba niños para llevarlos a clase.

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El recreo como una necesidad mental

En 1898 Antoine Binet publicó un libro llamado “La fatiga intelectual”, en el que presentaba los resultados de una serie de experimentos que había hecho con niños. Sus conclusiones eran que el trabajo intelectual excesivo impedía el desarrollo “natural” del cerebro y estancaba las posibilidades de aprender.

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