Se acerca el Día del Maestro y Billiken entrevistó al célebre escritor e historiador Eduardo Sacheri, quien acaba de lanzar un nuevo libro, el primero sobre su otra pasión: la historia argentina. En esta nota nos cuenta sobre su fascinación por la historia, los actos escolares, la enseñanza de la historia y su vocación docente. Una entrevista imperdible en el gran escritor.
Eduardo Sacheri es un brillante escritor argentino que alcanzó gran reconocimiento internacional por la excelencia de su trabajo. Entre otros premios que atesora, se destaca el Oscar a la película El secreto de sus ojos, que él escribió.
Pero existe un lado desconocido de este brillante escritor: es profesor y licenciado en historia, y acaba de lanzar un libro llamado “Los días de la Revolución (1806 - 1820): una historia de Argentina... cuando no era Argentina”.
Fuimos hasta el oeste del Gran Buenos Aires (a “su lugar en el mundo”) y lo entrevistamos. En esta nota nos cuenta sobre su fascinación por la historia, los actos escolares, la enseñanza de la historia y su vocación docente. Conozcamos sus opiniones.
Mirá, me acostumbré desde la primaria, que… ¿viste que uno tenía los libros de la escuela desde principio de año? El manual solía tenían una parte de matemáticas, de lengua, y una de ciencias sociales. Eso lo leía yo por mi cuenta, porque me gustaba ver qué había de historia en el manual de cuarto, de quinto, de sexto. Y lo mismo después, en el secundario.
Cuando terminé el secundario me di cuenta de que lo único que realmente me apasionaba de lo que me habían enseñado era la historia. Casi fue por descarte. Es decir: ¿qué me entusiasma de lo que me enseñaron hasta los 18 años? Historia. Bueno, entonces voy por ahí.
Siento que los actos escolares, a su manera, reflejan un mito. Y eso no está mal, siempre y cuando sepamos que estamos recreando un mito. En el sentido de que el 25 de mayo de 1810 no había Argentina, ni había una convicción de “seamos libre”. No, no tenían ni idea. Después, fueron construyendo esa idea. Eso no está mal. Ahora, cuando estudiamos, estudiemos esa complejidad, estudiemos ese proceso.
Si nos juntamos a celebrar (y el 25 de mayo uno se junta a celebrar esa argentinidad) no me parece mal que nos quedemos con esa parte de nuestro mito fundacional. Pero me parece que esta bueno que distingamos: hoy celebramos, y celebramos; mañana nos ponemos a estudiar, y estudiamos. Y ahí complejizamos lo que en el mito no es complejo, porque no tiene por que ser complejo. El mito tiene que ser simple: nació la patria, viva la patria, y está bien. Pero cuando estudiamos, ahí cambiemos un poco el foco.
Yo creo que se puede hacer preguntas más interesantes. Por supuesto, adaptando esas preguntas y esas respuestas a la edad que van teniendo los chicos. Así como las personas van creciendo, los estados también van creciendo. Ninguno de los chicos es el mismo a los 6 años que a los 12. La Argentina, el estado argentino, tampoco es el mismo a lo largo del tiempo.
Uno puede estudiar la historia como una construcción, del mismo modo en que vos podés quedarte (cuando estudias en la primaria) con los grandes líderes que deciden las cosas, o podés pensar: “momento, hay grandes líderes manejando el estado, pero hay sectores sociales, economía, mentalidades, clases populares, vida privada, y hay un modo de ser hombre y de ser mujer que son totalmente distintos a los actuales”. Y todo eso es historia también. No por borrar la historia de los líderes, pero sí por hacerla más compleja. Porque, además, cuando la estudiás más completa, la entendés mejor. Eso me parece que es lo que se puede hacer: enriquecer un poco el enfoque.
–Es difícil, y al mismo tiempo placentero cuando lo logras. Porque también hay días en que salís de la clase y decís: “hoy no funcionó”. O terminás de tomar una evaluación y pensás: “me maté explicando, me maté enseñando, le busqué la vuelta, y no entendieron nada”. Pero yo creo que la clave es ser claro cuando explicás, ser exigente cuando evaluás y ser afectuoso siempre: cuando enseñás y cuando evaluás. La clave de un buen docente es esa combinación. Me encanta cuando me encuentro con mis exalumnos y me dicen: “vos nos volvías locos, pero me acuerdo de esto, de aquello, de lo otro que aprendimos”, y me encanta que se lleven esa idea de “ah, estamos haciendo algo complejo”.
No es fácil estudiar, y estudiar el pasado es difícil porque no lo vivimos. Entonces, reconstruir eso es complicado. Al mismo tiempo, si puede ser (además de complicado) también entretenido, mejor. Ese es el desafío que uno tiene como docente. Porque es un riesgo caer en la cosa aburrida, monótona y repetitiva… es un riesgo. De todos modos, eso te pasa con historia y con cualquier otra materia.
Llegó de la manera más imprevista de mi parte. Cuando empecé a estudiar en la universidad yo me imaginaba metido en el Archivo General de la Nación, exhumando papeles viejos, y escribiendo trabajos de investigación para mis colegas. No me imaginaba como docente de escuela, no era mi objetivo. Pero cuando me recibí (años 90, dificultades económicas y de trabajo) tuve que empezar a tomar horas de clase del secundario para vivir. Estábamos recién casados e íbamos atener nuestro primer hijo, necesitaba hacerlo. Pero no fui a la escuela pensando: “huy, que ganas que tengo de hacerlo”. Sin embargo, desde el primer día que di clases en el secundario, descubrí que me encantaba. Pero lo descubrí “de chiripa”. No es que yo dije: “esta es mi vocación”.
A veces te pasas que tomas buenas decisiones sin darte cuenta. Así como tomás malas, también tomas buenas. Para mí, la docencia fue eso. De hecho, hoy, muchos años después, en la universidad ya no doy clases porque mi otro trabajo, la literatura, me tomó mucho tiempo… pero con la docencia en el secundario, me quedé.
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