En Inglaterra Joseph Lancaster fundó en 1798 una escuela a la que podían concurrir cientos de chicos. Era un enorme galpón, sin divisiones, donde había un único maestro. En esta nota, Billiken te cuenta en qué consistía.
Tal como lo indican Carla Baredes y Pablo Pineau en “La escuela no fue siempre así” (2008), a fines del siglo XVIII hubo dos revoluciones que cambiaron drásticamente la historia del mundo: por un lado la Revolución Francesa, que dio a las personas la posibilidad de elegir a sus gobernantes en lugar de obedecer a un rey que no había sido elegido por nadie y, por otro, la Revolución Industrial, que ubicó a los trabajadores en un lugar de mucho protagonismo. Ambos sucesos históricos hicieron que se empezara a pensar en una educación para todos, ya que las ideas de igualdad y libertad así lo exigían. Además se necesitaba organizar a las poblaciones y hacer cumplir reglamentos.
En Inglaterra Joseph Lancaster fundó en 1798 una escuela a la que podían concurrir cientos de chicos. Era un enorme galpón, sin divisiones, donde había un único maestro. El maestro sólo les enseñaba a los monitores, que eran los mejores alumnos y los más grandes de la escuela. Los monitores, a su vez, eran los encargados de enseñar a los otros niños, que se dividían en muchos grupos de diez, sin importar la edad, según lo que sabían de cada una de las materias que se dictaban: lectura, escritura, aritmética y religión.
La escuela de Lancaster fue un éxito: era barata, educaba a miles de alumnos y para tener una no se necesitaba más que un galpón, un maestro y algunos muebles. Enseguida aparecieron escuelas lancasterianas por todos lados, dentro y fuera de Inglaterra. A los pocos años, el método llegó a América, donde también fue muy bien recibido.
En la escuela lancasteriana el maestro marcaba las lecciones y daba indicaciones con la voz, palmadas, campanillas y carteles. Los monitores interpretaban las señales y se las comunicaban a los niños. Cuando los niños finalizaban el trabajo que les encomendaba el monitor, los ayudantes (otros alumnos) corregían el trabajo. Una vez que estaba todo aprobado, los alumnos se movían a otro lado del salón para recibir la clase de otro monitor. El orden era muy estricto y era controlado por los inspectores, que eran alumnos avanzados a los que les gustaba mandar. Su tarea era controlar que los niños entraran formados y limpios y, sobre todo, castigar, premiar y mantener al maestro informado de la conducta de cada uno. Los alumnos formaban un semicírculo alrededor del poste que les correspondía, en orden: el que más sabía en un extremo y el que menos, en el otro. El monitor colgaba láminas con letras, sílabas o palabras y después señalaba con un puntero, alumno por alumno, para que cada uno leyera. Si alguno se equivocaba y era corregido por uno que sabía menos, tenían que intercambiar sus lugares. Las escuelas lancasterianas eran para varones o para mujeres. Las niñas tenían, además, clases de costura. En ellas aprendían a coser, bordar, zurcir y otras muchas cosas que las mujeres de ese momento tenían que saber.
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