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Las escuelas argentinas del siglo XX se opusieron a que los niños reemplazaran las plumas por biromes

Entre fines del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX se expandió la producción de la pluma y su comercialización. En 1943 apareció la birome, pero los alumnos de la década del ‘50 y principios de los ‘60 siguieron utilizando la pluma porque las escuelas consideraban que la birome borraba la “belleza de los rasgos perfilados”. En esta nota, Billiken te cuenta todo acerca de este debate.
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Tal como lo indican María Cristina Linares y otros autores en “Abecedario escolar. Historia de objetos y prácticas” (2007), en las escuelas de principios del siglo XX los niños tenían cartucheras de madera, un portaplumas y la pluma cucharita o la “Irinoid”. Los estudiantes también llevaban un limpiaplumas, que sus madres les confeccionaban con retazos de telas, y papel secante, que ayudaba a evitar manchones. Antes de utilizar la pluma era necesario que el portero o el monitor (por lo general el alumno más aplicado) llenara el tintero de porcelana que estaba en el pupitre de los alumnos. Entre fines del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX se expandió la producción de la pluma y su comercialización

El uso de la birome

En 1943 apareció la birome, que en poco tiempo desplazó a la pluma, salvo en las escuelas. Muchos alumnos de la década del ‘50 y principios de los ‘60 siguieron utilizando la pluma cucharita. La escuela rechazó por mucho tiempo las nuevas tecnologías y siguió imponiendo el uso de la pluma y el tintero. Esta asincronía tenía que ver con que la birome borraba la “belleza de los rasgos perfilados”.

Es necesario aclarar que la escritura escolar estuvo sometida a normas que fueron variando según modas pedagógicas o científicas. La defensa de la “letra derecha”, que abarcó desde fines del siglo XIX hasta principios del siglo XX, obedecía a los beneficios que aparentemente traía aparejados, como evitar la fatiga de la vista e impedir la escoliosis, ya que obligaba al niño a estar erguido. No obstante, la idea de escritura estética y uniforme, la función “moralizadora” que debía tener “la bella escritura”, era el principal argumento defendido por los pedagogos y maestros.

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