“El flequillo de Octavia” es un cuento que relata la historia de una oveja muy particular (y un poco coqueta) - Billiken
 

“El flequillo de Octavia” es un cuento que relata la historia de una oveja muy particular (y un poco coqueta)

Billiken te acerca un nuevo cuento para leer con tus hijos este fin de semana. Octavia la oveja tiene un problema con su flequillo, pero por suerte el jardinero encuentra cómo solucionarlo.
Por Alejandra Viacava
Ilustración: Silvana Benaghi

El otro día, mientras regaba las flores de mi jardín, se me apareció un hombre y me preguntó:

−¿Ha visto usted una oveja por aquí? Una bastante rellenita, simpática. Me distraje un momento y la muy pícara se me escapó...

Y siguió el hombre, intentando que le prestara atención:

−Deje que me presente: soy Milo, de profesión peluquero de ovejas.

Y sin que yo pudiera impedirlo, comenzó a describirme diferentes peinados, cortes y reflejos.

Fue así que me enteré de que este año a las ovejas les gusta llevar el pelo lacio.

−Oh, sí. ¡No sabe usted lo coquetas que suelen ser las ovejas...! Pero esta que ando buscando... ¡me da un trabajo! Es una de mis clientas habituales. La peiné para su primera visita a la Exposición Rural. ¡Si viera el rodete que le hice...! ¡Lo bonita que quedó! Desde ese día la peino casi todos los sábados, porque Octavia es muy salidora.

Yo seguía regando mis margaritas. Con una oreja lo escuchaba y con un ojo vigilaba a las hormigas que...

−No la veo por aquí −decía el peluquero, mientras abría las hojas de mis helechos−. No la veo por allá −decía mientras revisaba entre los rosales−. No la veo debajo de ninguna maceta... ¿Cree que podrá estar detrás de ese jazmín?

−Nooo. Mis jazmines están llenos de pimpollos.

−¡Huy, me tengo que ir! −anunció Milo de pronto−. Está por llegar mi próxima clienta.

Cuando se fue, me di cuenta de que no le había preguntado por qué se había escapado Octavia.

Fui a regar las azaleas y la vi. Estaba muy atenta, siguiendo una hilera de hormigas que se dirigían ordenadas a disfrutar de un banquete de jazmines chinos.

No sé cómo la veía, porque tenía los ojos casi tapados por su largo flequillo, pero las miraba muy interesada. Me acerqué. Sin mirarme, me dijo:

−Usted está en problemas. Tiene un batallón de hormigas hambrientas en su jardín.

−Yo tengo un problema con las hormigas, pero usted, señorita, tiene otro con su peluquero.

−Ah, sí, esteee. Meeeeee...

−La está buscando por todo el barrio.

−Es que, meeeeeeee quiere cortar el flequillo.

−No le vendría nada mal. Lo tiene tan largo que ya le tapa los ojos.

−No quiero. Meeeeeeeee gusta así.

−Yo no quiero ser metido, Octavia, pero usted debe tener unos ojos preciosos... Con semejante flequillo, nadie se los ve... ¡y es una pena!

−Es que el sol meeeeeeee despierta muy temprano por la mañana. En cambio, si meeeeeeeeee tapo los ojos con el flequillo, puedo dormir un rato más. ¿Sabe? No meeeeeeeeeee gusta madrugar.

−Si es solo eso, tengo la solución.

Entré a casa y revisé en mi cajón de “guardar cosas que hoy son inútiles pero mañana no se sabe” y por fin los encontré. Unos divertidos y elegantes anteojos de sol, coloridos como una paleta de pintor.

Volví al jardín. Encontré a Octavia intentando pisotear hormigas (tarea nada fácil para una oveja, y menos con un flequillo tan largo, ¿no?). Le di los anteojos.

−¡Oh! ¡Ah! ¡Qué lindos son! ¡Qué buena idea tuvo!

Inmediatamente se los puso. Le alcancé un espejo para que se mirara.

−¡Pero ni se meeeeeeeeeee ven con el flequillo!

−A lo mejor Milo no cerró aún la peluquería −le sugerí.

−Eso, eso, lo dejo. Meeeeeeeeee voy volando a ver si meeeeeeee puede cortar el flequillo. Quizás otro día vuelvo a visitarlo y le pisoteo más hormigas −me dijo ya desde lejos.

Miré el reloj. Vi que había pasado un buen rato desde que entró Milo a mi jardín... ¡Y yo recién había regado las margaritas y el rosal! Me faltaban las azaleas, los claveles, los gladiolos y la glicina. Me faltaba conversar con los pensamientos y acomodar los pastitos. Me faltaba silbar bajito cerca del malvón recién plantado y descolgar de la enredadera algunas hojas que ya no lucían. Me faltaba oler profundamente el aroma de los jazmines, para guardarlo en mi recuerdo. Y me faltaba animar a las caléndulas, que aún no habían florecido.

¡Uf! ¡Qué trabajo da un jardín, ¿no?!

FIN

(Publicado en la edición 5126 de Billiken)

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