En 1775, el cartógrafo Juan de la Cruz Cano y Olmedilla creó un gran mapa que marcó un hito en la historia de la cartografía: la primera representación completa y detallada de América del Sur. Esta obra asombró por su precisión y su valor científico, y aún hoy se conserva en importantes instituciones históricas, incluyendo un ejemplar en Córdoba, Argentina.
¿Cómo se elaboraban los mapas en el siglo XVIII?
En aquella época, la cartografía combinaba información empírica con registros oficiales y obras anteriores. Los datos provenían de informes de navegantes, misiones y archivos reales, y se plasmaban a mano sobre planchas de cobre que luego se imprimían. El proceso requería mucha meticulosidad: se calculaban latitudes y longitudes astronómicas, se representaban cuencas de ríos y se dibujaban puertos e islas con gran detalle, incluso sin tecnología moderna.
Quién fue Juan de la Cruz Cano y Olmedilla
Juan de la Cruz (Madrid, 1734–1790) fue geógrafo real, académico de la prestigiosa Real Academia de San Fernando y miembro de la Sociedad Bascongada de Amigos del País. Formado en técnicas cartográficas en Francia, fue encargado por el gobierno español en 1765 para elaborar un nuevo mapa de América del Sur. Tras años de estudio de planos, registros de viajes y mapas oficiales, en 1775 culminó esta obra emblemática.
La historia del gran mapa: encargo, prohibición y difusión
El mapa surgió como parte de un encargo oficial para consolidar la información geográfica de las colonias. Su precisión y representaciones de límites entre territorios españoles y portugueses lo convirtieron en una herramienta diplomática sensible. Por ello, en 1789, la corona ordenó retirar los ejemplares ya distribuidos y guardarlos bajo llave en la Calcografía Real, prohibiendo su circulación. Sin embargo, algunas copias lograron llegar a otros países y conservarse en colecciones como la Biblioteca Nacional de España, la Biblioteca Bodleiana de Oxford y en Córdoba, Argentina.
¿Qué hace excepcional a este gran mapa?
La cartografía de Juan de la Cruz sobresalía por su nivel de detalle y exactitud poco comunes para su tiempo. A diferencia de mapas antiguos, este incluía sistemas fluviales completos, puertos, poblaciones y fronteras coloniales. El gran mapa se imprimió en ocho planchas de cobre a escala aproximada de 1:4.000.000, con un tamaño mural superior a dos metros. Su valor diplomático se mantuvo durante el siglo XIX, ya que fue utilizado en negociaciones o arbitrajes como las disputas sobre límites entre Venezuela y Guayana Británica.
Un ejemplar en Córdoba: guardián del patrimonio
Una copia de este mapa se conserva en la biblioteca Elma Kohlmeyer de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Esta colección posee un ejemplar original coloreado a mano sobre liencillo, montado con las mismas planchas del siglo XVIII. Su presencia en Córdoba destaca la vinculación del país con el patrimonio cartográfico colonial y ofrece un recurso valioso para la investigación histórica local.
Legado histórico y cultural del gran mapa
Más allá de su uso diplomático y científico, el mapa de 1775 se convirtió en un documento emblemático del pensamiento ilustrado español. Representa una mirada moderna sobre el territorio sudamericano antes de las independencias, incorporando registros astronómicos y geográficos según estándares de la época. Además de su valor técnico, posee elementos artísticos destacados como cartuchos decorativos, escudos nobiliarios y planos insertos de ciudades como Callao y Angostura.
Si querés consultar el mapa en alta definición, podés ingresar para verlo en este sitio. También se puede descargar en alta definición acá.
