Tal como lo indican María Cristina Linares y otros autores en “Abecedario escolar. Historia de objetos y prácticas” (2007), hasta mediados del siglo XIX los pocos niños o adultos que aprendían a leer lo hacían utilizando fundamentalmente tres instrumentos. Uno de ellos era la paleta donde estaban escritos el alfabeto, algunas sílabas y una oración cristiana. Otro instrumento estaba constituido por las cartillas o silabarios que contenían el abecedario y la combinación de sílabas. Por último, los estudiantes también tenían a mano los catecismos y los manuales de urbanidad que eran utilizados una vez que se habían memorizado las series de ejercicios del silabario. A comienzos del siglo XIX, en suma, se enseñaba a leer tal como lo hacían los griegos veinticinco siglos atrás.
El surgimiento de los manuales escolares en Argentina
A fines del siglo XIX, cuando se constituyó el Estado nacional, en Argentina tuvo lugar el nacimiento de una nueva generación de libros de lectura escolares. Esto sucedió en un momento en el que los textos utilizados en las escuelas eran en su mayoría extranjeros, y los escasos libros nacionales que había eran considerados deficientes. La producción del libro escolar comenzó a desarrollarse hacia fines del siglo XIX y se expandió a principios del siglo XX.
¿Qué contenido debían tener los manuales escolares?
Una problemática a resolver era la formación de identidades. Frente a la presencia de las diferentes culturas locales y las de los distintos grupos inmigratorios, y como necesidad de legitimación de la nueva y naciente Nación, surgieron posturas que se inclinaban por la homogeneización de las distintas representaciones y prácticas culturales. En este sentido, el contenido de los libros de lectura escolares se impuso con un discurso a la vez “moralizante” y “nacional”, sin llegar a ser “nacionalista” al comienzo.
Hacia principios del siglo XX los impresores buscaron autores argentinos, reconocidas personalidades del ámbito educativo, para escribir obras escolares. El Estado reguló la producción y la circulación de los libros a través de distintos canales: leyes, reglamentos, programas de estudio, comisiones para la selección de textos, licitaciones y distribución de libros a las escuelas.
Pronto la imagen acompañó al texto. La renovación pedagógica vino de la mano de las ideas de Pestalozzi sobre el “método intuitivo” y las “lecciones de cosas”. Este pedagogo sostuvo que el niño relacionaba la idea al objeto en el momento de aprendizaje, por lo que en ausencia del objeto mismo las imágenes podían reemplazarlo.
Los manuales escolares como método de moralización
Una constante que prevaleció en los libros de lectura escolares hasta las décadas de ‘60 y ‘70 fue su fuerte matriz moralizadora y adoctrinadora relacionada con la formación del ciudadano argentino. El libro pequeño (de mayores proporciones que los anteriores) y de tapas duras permitió que el niño de pie con los talones juntos y las puntas separadas, al lado del pupitre o frente a la clase, tomara el libro con la mano izquierda y con la derecha diese vueltas a las páginas. Esta escena de lectura escolar fue repetida durante cien años.
Los manuales escolares según el género
La diferenciación por géneros en determinadas temáticas fue otra de las características que definieron a los manuales escolares. Algunos libros de lectura estaban destinados para niñas y otros para niños, como también en un mismo libro el autor hacía referencias que contemplaban lecturas específicas para ambos sexos. En estos libros las mujeres eran representadas como criaturas débiles, suaves, dulces, pasivas y temerosas. En cambio, los varones eran fuertes, inteligentes, rudos, creativos y arriesgados. Las primeras destinadas a servir, los segundos a conducir.
Los manuales escolares y las familias
Los libros de lectura escolares estaban dirigidos también a los padres de familia y los adultos no alfabetizados. La familia del estudiante debía ser incorporada al paisaje urbano que se pretendía conformar, que debía ir en concordancia con los valores burgueses. La mayoría de la población era analfabeta y/o inmigrante. Estos libros fueron importantes medios de comunicación en aquellos hogares en los que el único libro que circulaba era el escolar.
Los manuales escolares y la higienización
El libro escolar tuvo la influencia del higienismo y el combate a las enfermedades. El papel debía ser fino con la intención de poder dar vuelta una página sin llevarse los dedos a la boca, lo que produciría la transmisión de microbios. El color del papel era blanco mate para no fatigar la vista. La graduación tipográfica según los niveles de enseñanza también fue una novedad. Los caracteres más grandes facilitaban la lectura de los más pequeños.
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