A las discusiones sobre cómo debían ser los edificios escolares, enseguida se sumó la de cómo debían ser los lugares donde se sentarían los niños. Tal como lo indican Carla Baredes y Pablo Pineau en “La escuela no fue siempre así” (2008), en 1909 salió publicado el libro francés “Higiene escolar”, que decía: “El maestro precisa que el niño no pueda moverse, hacer ruido o molestar en clase, y el médico exige que la distancia que separa la mesa del asiento sea siempre la misma”.

Un pupitre fijo y duro

En los debates sobre la escuela del siglo XX participaban no sólo maestros y pedagogos sino también arquitectos y médicos. En ese entonces se construyó un pupitre fijo y duro, atornillado al piso, tanto en la silla como en la mesa. Estaba hecho con madera y metal, con respaldo y mesa para el de atrás, y en él podían ubicarse a lo sumo dos alumnos. Este pupitre mantenía a los estudiantes quietos y mirando hacia adelante, sin darles la más mínima chance de sentarse un poco más cómodos o de girar para hacer cualquier tipo de tarea en grupo. 

El pupitre fijo y duro del siglo XX era novedoso en comparación con la manera que tenían de ubicarse los alumnos años antes. Por ejemplo, en la Edad Media los alumnos universitarios se sentaban en el piso sobre un poco de paja. El único que tenía algún mueble era el profesor, que daba las clases parado detrás de una tarima, donde apoyaba su único libro. 

Muebles para niños

En 1907 María Montessori, una maestra italiana que fue además la primera médica de ese país, fundó en Roma una escuela llamada “La casa de los niños”, donde los muebles estaban hechos a la medida de los alumnos. 

También te puede interesar: Las escuelas del siglo XIX se parecían más a palacios que a fábricas