Un día como hoy, pero de 1880, Thomas Edison patentaba en los Estados Unidos uno de los inventos más revolucionarios de todos los tiempos: la lámpara incandescente, elemento que modificó tanto la vida cotidiana como la arquitectura de fines del siglo XIX y principios del XX.
La revista Life se había referido a este producto como “el segundo invento más útil del siglo XIX”. Y, si bien ha dejado de fabricarse hace unos años y en algunos países se prohibió su utilización, la lámpara incandescente fue un desarrollo revolucionario en una época donde las casas y los lugares se iluminaban básicamente a partir de kerosene o gas. Al mismo tiempo, dio comienzo a la industria de la iluminación artificial.
La lámpara incandescente, tal como la conocemos, fue inventada por Thomas Edison y se caracterizaba por tener un filamento de carbono dentro de un bulbo de vidrio cerrado al vacío. Luego de varias pruebas, Edison y su equipo lograron que esta fuente de luz artificial permaneciera encendida por 48 horas. Más allá de otras lámparas desarrolladas con anterioridad por otras personas, el logro de Edison radicó en que su lámpara fue la primera que funcionó fuera de los laboratorios, es decir, que tenía potencial comercial. Finalmente el 27 de enero de 1880 obtuvieron el registro de patente número 223.898.
Anteriormente, hubo otros inventores que desarrollaron lámparas que funcionaban en laboratorio. Fueron Henry Woodward, Mathew Evans, James Bowman Lindsay, William Sawyer y Warren de la Rue. El problema de estas lámparas era que duraban muy poco porque las altas temperaturas que provocaban la incandescencia fundían los filamentos.
Thomas Edison
Nació en 1847 en los Estados Unidos y fue un inventor, científico y empresario, que desarrolló muchos dispositivos que han tenido gran influencia en todo el mundo, como el fonógrafo, la cámara de cine y la bombilla incandescente.
En la segunda mitad del siglo XIX, las casas se iluminaban con lámparas alimentadas a kerosene o a gas. Los inventores de la época probaban con la electricidad, pero lo queman todo. Hasta que alguien inventó una lámpara o bombita con un lamento central que podía durar una docena de horas sin quemarse.
Y durante esas horas la luz que sale de allí es mucho más potente y estable que las que producen el gas o el kerosene. Si bien el invento es bueno, resulta muy caro. Hasta que Thomas Alva Edison desarrolla algo mejor todavía: una lámpara con lamento de carbono encerrado al vacío que dura mucho más: unas cuarenta horas.
Ese era el comienzo. Después se perfeccionaría hasta durar mucho más. Para entonces, su inventor era dueño de una empresa, se había convertido en millonario y no paraba de seguir inventando cosas.
