El proceso del libro comenzaba con la llegada del texto ya corregido en papel hasta la imprenta, donde el linotipista volvía a copiar todo de nuevo. Es que por esa época todavía no se utilizaban las computadoras. Una vez completada la plancha de impresión con las letras, todo era cuestión de apretar. Es decir, se juntaba el papel con la plancha, previamente entintada, para que quedara impresa la hoja. Esto se lograba por el método de la presión. Al fin y al cabo, la primera imprenta era como un sello gigante. Tenía la forma de una mesa, y arriba
una prensa que se bajaba hasta apretar bien la hoja.

Aunque la tinta que usaban era bien espesa para evitar borroneos, tampoco era cuestión de andar poniendo los dedos encima. Entonces había que secar las hojas impresas antes de apilarlas. Se hacía igual que con la ropa: colgándolas de una soga. Más acá en el tiempo ya no hizo falta tomar esa prevención. Solo había que esperar un ratito y listo.

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Una tinta especial

¿Te imaginás tomarse todo el trabajo de poner los tipos dentro de una plancha y que después la hoja quede borroneada? Para evitar eso se inventó una tinta especial, muy espesa y pegajosa. Gutenberg empleaba una obtenida de aceite de linaza hervido coloreado con pigmento de humo.

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Los pliegos

Las hojas antes se imprimían de a una, pero hace rato que lo que se imprime es un pliego. ¿Qué es? Una hoja grande donde caben cuatro, ocho o dieciséis hojas más pequeñas. Su uso generalizado ha sido una inteligente manera de imprimir más rápido. Luego de impreso el pliego, se cortan las hojas con un cuchillo gigante llamado guillotina.