Por fin, el 22 de mayo de 1810 se cumplió con la voluntad de los revolucionarios y se efectuó el Cabildo Abierto. ¿Qué era? Una gran asamblea, donde los vecinos principales de la ciudad trataban cuestiones excepcionales y muy importantes. Una reunión similar se había llevado a cabo el 14 de agosto de 1806, cuando se decidió quitarle el mando militar a Sobremonte, tras la primera invasión inglesa, y otorgárselo a Liniers. Para el 22 se imprimieron 600 invitaciones, aunque solo se repartieron 450. Y de ese número apenas asistieron 251 invitados.
El cabildo convocó solo a los “vecinos” de buenos aires y no a todos los habitantes de la ciudad. Los vecinos eran propietarios, tenían esclavos y buena posición social. El resto de los habitantes eran conocidos como “moradores”.
El debate duró hasta altas horas de la noche y hubo muchos oradores. Todos querían expresar su opinión, pero los argumentos principales los sostuvieron el obispo Benito Lué y Riega, el fiscal de la Real Audiencia, Manuel Villota, y los abogados criollos Juan José Castelli y Juan José Paso.
Abrió el debate el obispo Lué, quien sostuvo que la caída de la Junta Central no justificaba la remoción del virrey. Agregó que mientras hubiera un español en América, este debía asumir el mando. Le contestó Castelli que estos territorios no pertenecían a los españoles, sino a la Corona. Y que estando los reyes cautivos, no había autoridad a quien obedecer. En consecuencia, la soberanía debía regresar al pueblo. Villota dijo que Buenos Aires no podía decidir por todo el Virreinato. Y que antes había que consultar al resto de los pueblos. Le replicó Paso diciendo que Buenos Aires, como hermana mayor, podía resolver la cuestión en ese momento tan delicado. Luego se pasó a votar las distintas propuestas, que fueron muchas. Dado lo avanzado de la hora, se dejó para el día siguiente el recuento de los sufragios.
Cómo era la Ciudad de Buenos Aires en 1810
Para 1810 en el territorio de nuestro país habitaban menos de 400.000 habitantes, de los cuales 40.000 pertenecían a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Por ese entonces, Buenos Aires era una ciudad sucia y descuidada, pues no se contaba con un sistema de recolección de residuos, sumado a las aguas estancadas y animales muertos que era bastante común encontrar en el camino. Esto producía una alta circulación de enfermedades entre los ciudadanos, en una ciudad equipada con apenas 2 hospitales y 8 médicos.
Algunas de las enfermedades más comunes de la época eran: fiebres catarrales, sífilis, tuberculosis, asma, tétano, rabia e hidropesía. Durante el período colonial, Buenos Aires sufrió tres epidemias históricas: la viruela en 1805, el sarampión en 1809 y la disentería entre 1810 y 1812.
En la esfera del ocio, el teatro era muy habitual en ese entonces. Se interpretaban obras que hacían alusión a la Revolución y resultaban siendo muy aclamadas por el público. Debido a esto, el gobierno colonial clausuró “La casa de Comedias”, único teatro de Buenos Aires. Los bailes y las sombras chinescas eran eventos muy concurridos y los juegos de dados y cartas predominaban en las clases populares. Las pulperías eran un lugar de encuentro fundamental en la vida cotidiana de estos estratos sociales. En cuanto a la clase alta, se distinguían por un gran consumo de literatura, asistencia a reuniones y tertulias donde se debatía de diversos temas, desde política y arte hasta ciencia y filosofía.
La gastronomía era bastante variada y muchas de las comidas típicas llevaban carne ya que el ganado era cimarrón (salvaje) por lo que tenía un costo muy bajo. Algunos platos típicos de esa época son: puchero, carbonada, locro, sábalo, empanadas y asado de vaca. Entre los postres, los más usuales eran el arroz con leche, yema quemada, mazamorra, torrejas y pastelitos de dulce de membrillo de batata.