Cuando hoy hablamos de una persona, parece claro que nos referimos a un ser humano. Sin embargo, el término no siempre tuvo el mismo significado y su origen se conecta al teatro de la Antigua Roma, a los filósofos medievales y a las leyes modernas.
De acuerdo con la Real Academia Española, “persona” proviene del latín persōna, que significaba:
- Máscara de actor,
- Personaje teatral,
- Personalidad.
La palabra derivaba a su vez del etrusco phersu y del griego prósōpon, que se usaba para hablar del rostro y también de las máscaras. Con el tiempo, la noción de “persona” se amplió y empezó a expresar la idea de una identidad y singularidad propias.
¿A qué se consideraba “persona” en la filosofía antigua?

Uno de los primeros en dar un sentido profundo a la palabra fue el filósofo y estadista romano Boecio (480-525). Él definió a la persona como la “sustancia individual de naturaleza racional”. Esta explicación unía las ideas fundamentales de que cada persona tiene existencia propia, es única y que posee una razón que lo distingue como individuo.
De hecho, este concepto marcó la filosofía occidental durante siglos y todavía influye en el modo en que entendemos a la persona en la actualidad: como un ser individual y racional, capaz de razonar y de actuar en consecuencia.
¿Qué dice hoy la Real Academia Española?
En su diccionario, la RAE ofrece diez acepciones distintas. Algunas son de uso cotidiano, mientras que otras se aplican en el ámbito jurídico. Entre algunas de ellas están:
- Individuo de la especie humana.
- Hombre o mujer cuyo nombre se ignora o se omite. Alguno sinónimos son "sujeto", "individuo", "fulano", "tipo".
- Hombre o mujer distinguidos en la vida pública.
- Hombre o mujer prudente y cabal.
- Sujeto de derecho.

Además, la RAE distingue entre persona física y jurídica. La primera refiere a un individuo de la humanidad, mientras que la segunda es una "organización de personas o de personas y bienes", como pueden ser las corporaciones, asociaciones, sociedades y fundaciones.
Pero no se queda solo ahí. En la teología cristiana, por ejemplo, el término se utiliza para explicar la Santísima Trinidad (padre, hijo, Espíritu Santo). A partir de la Modernidad, tomó tintes más psicológicos y se puso foco en el "yo" como centro del conocimiento.
