El dedal forma parte de cualquier kit de costura básico. Es, también, la extensión natural del dedo de los y las trabajadoras textiles en todo el mundo.
Por convención y costumbre los humanos, al igual que el resto de los seres vivos, buscamos constantemente protegernos del dolor. El posible pinchazo de una aguja está dentro de esa categoría de cosas capaces de causarnos daño. ¿La solución? Una especie de casco minúsculo para nuestro dedo.
¿Qué es un dedal?
Un dedal es un utensilio diseñado para proteger el dedo mientras se cose o se realiza algún trabajo con agujas. Suele estar hecho de metal, plástico o goma, y se usa deslizándolo sobre el dedo encargado de empujar la aguja a través de la tela.
El dedal proporciona protección contra pinchazos y ayuda a hacer la tarea de coser más cómoda y eficiente. Es una herramienta comúnmente utilizada por:
- Sastres.
- Costureras y costureros.
- Diseñadores de moda.
- Modistas.
¿Cómo es la historia del artefacto?
La historia del dedal empieza mucho antes de lo que podríamos imaginar. En excavaciones cerca de Moscú se encontraron huesos que hace 30.000 años usaban los cazadores de mamuts para coser bordados sobre piezas de cuero. Estos huesos sirvieron de precursor para el dedal.
Después, se hallaron piedras de hace 10.000 que se usaban para facilitar la producción textil igual que el dedal que conocemos hoy. Unos 8.500 años después, ya se utilizaban dedales de bronce y "empujadores" de agujas en la zona mediterránea.
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A partir del año 100 d.C., los romanos difunden los dedales de bronce en gran parte de Europa. Luego, en 1537, se realizó el primer encargo a fabricantes de este producto. Le seguiría la creación paulatina de fábricas de dedales en Europa y el resto del mundo en los próximos 700 años, hasta convertirse esta invención en la herramienta común que cualquiera tiene al alcance de la mano.
Entonces, ¿quién inventó el dedal? El crédito no puede atribuirse a una sola persona ni a una época en particular. Como observamos, fue un rejunte de sociedades a través del tiempo que tuvieron, simplemente, una cosa en común: el deseo de protegerse los dedos.