En los últimos años, cada vez se observa con más frecuencia que niños y niñas reproducen gestos, modas o actitudes que pertenecen al mundo adulto. Maquillajes, filtros, poses o bailes que imitan los códigos de las redes sociales se instalan como parte del juego cotidiano, pero detrás de esa aparente inocencia puede esconderse un fenómeno preocupante: la hipersexualización infantil.
La psicóloga clínica infantojuvenil Tamara Kritzer explica que este concepto se refiere a la exposición precoz e inapropiada a contenidos y conductas sexuales adultas en niños, niñas y adolescentes. A diferencia de la sexualidad infantil —una etapa natural del desarrollo—, la hipersexualización “no surge del propio interés o curiosidad del niño, sino que se estimula desde una intención adulta o desde mensajes culturales”.
Un fenómeno que se multiplica en la era de las pantallas
Aunque puede presentarse en distintos ámbitos —la familia, la escuela, los medios o la publicidad—, hoy el escenario digital amplifica su alcance. Según Kritzer, “con el auge de las pantallas y las redes sociales, la exposición se exponencia aún más”.
Las plataformas de video, los desafíos virales y la música popular muchas veces refuerzan estereotipos de belleza o conductas sexualizadas. En ese sentido, las redes no solo muestran lo que ocurre culturalmente, sino que también lo potencian: “La música y las redes funcionan como vehículos para moldear e intensificar ciertas conductas”, señala la especialista.
Además, los algoritmos pueden alimentar determinados patrones de consumo, haciendo que contenidos inapropiados lleguen con facilidad a usuarios muy jóvenes. “Lo que sí es nuevo —advierte Kritzer— es que, en lugar de ir a buscar la pornografía como una travesura, ahora la pornografía viene hacia vos”.
Diferencias entre niñas y niños
El fenómeno se manifiesta de manera distinta según el género. En las niñas suele asociarse a la presión por alcanzar una imagen ideal de belleza o sensualidad, mientras que en los varones se vincula más con la exposición temprana a material sexual explícito.
“En las nenas se fomenta la idea de la mujer como objeto, tanto de deseo como de belleza. En los varones, lo que se observa es una sobreexposición a contenido sexual explícito”, explica Kritzer.
Esta diferencia no significa que unos estén más expuestos que otros, sino que el modo en que reciben e internalizan esos mensajes es distinto. En ambos casos, los efectos pueden ser duraderos.
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Consecuencias de la hipersexualización infantil en el desarrollo
La hipersexualización puede tener impacto en la autoestima, la identidad y la forma de relacionarse. Cuando la preocupación principal pasa a ser “cómo me veo”, las emociones y la espontaneidad quedan relegadas.
“Si tengo limitada mi posibilidad de expresión en función de la belleza o de un ideal, eso puede derivar en trastornos de la conducta alimentaria o en una autopercepción negativa”, advierte Kritzer.
La exposición a contenido sexual también puede generar efectos psicológicos profundos. “El contenido explícito tiene un alto potencial adictivo y puede tener efectos irreversibles. Hoy se calcula que la edad de inicio en el consumo de pornografía, muchas veces accidental, ronda entre los 9 y 11 años”, agrega.
El rol de las familias
La familia cumple un papel clave como mediadora entre lo que sucede en la cultura y el desarrollo de cada niño. En casa se modelan los primeros vínculos, los valores y la forma en que los chicos aprenden a mirarse a sí mismos y a los demás. “La familia es lo que media entre lo que está sucediendo en la cultura y lo que pasa en el desarrollo de cada ser humano”, explica Tamara Kritzer.
Cuando los mensajes sociales insisten en que lo importante es verse bien, mostrar o agradar, la función de los adultos es ofrecer una mirada diferente. “Es fundamental que los adultos generemos espacios de diálogo y nos configuremos como un lugar seguro”, sostiene la psicóloga. Escuchar, preguntar y acompañar sin juzgar permite que los chicos expresen lo que sienten ante situaciones o contenidos que los incomodan o confunden.
Un aspecto central es el ejemplo cotidiano. Los niños observan cómo los adultos hablan de su cuerpo, del deseo o de los demás, y eso influye más que cualquier discurso. “Los adultos necesitamos reflexionar sobre nuestra relación con la tecnología y con la sexualidad”, señala Kritzer. Si un niño ve a sus referentes comentar con frecuencia sobre el físico de otras personas, quejarse frente al espejo o preocuparse por su imagen en redes, incorporará esa preocupación como algo normal.
Cómo acompañar sin sobreexponer
Prevenir la hipersexualización no significa prohibir todo lo vinculado con la imagen, la moda o las redes, sino acompañar y poner límites claros. Se trata de habilitar espacios de expresión adecuados a la edad, donde el juego, la creatividad y el disfrute estén por encima de la apariencia.
También es clave supervisar los contenidos digitales. No se trata de controlar por miedo, sino de acompañar el uso de pantallas, revisar juntos qué cuentas siguen o qué videos miran y explicar por qué algunos mensajes pueden ser dañinos. Establecer tiempos de desconexión, promover actividades fuera de las redes y reforzar la confianza son estrategias que ayudan a protegerlos sin aislarlos.
Por último, los adultos deben cuidar la manera en que hablan del cuerpo, la comida o la ropa. “Ese tipo de conductas, como medir la porción para no engordar o quejarse de la ropa, es importante que tratemos de evitarlas”, advierte Kritzer. Los niños aprenden de lo que ven, y cuando los adultos logran transmitir una relación sana con su propio cuerpo, les enseñan a valorarse por lo que son, no por cómo se ven.
Hipersexualización infantil: qué pueden hacer las escuelas
Las instituciones educativas también tienen un rol preventivo. Los docentes y directivos pueden estar atentos a cambios de conducta, de vestimenta o de lenguaje que indiquen una exposición a estos mensajes.
“La escuela debe configurarse como un lugar seguro y tener protocolos claros sobre cómo interactúan los alumnos dentro y fuera del aula”, recomienda Kritzer. Además, brindar información sobre los riesgos y trabajar la educación emocional son herramientas esenciales para que los chicos puedan tener criterio y autonomía.
En definitiva, abordar la hipersexualización infantil no implica prohibir ni alarmar, sino acompañar, dialogar y ofrecer límites saludables. El desafío, tanto para familias como para escuelas, es ayudar a que la infancia siga siendo un espacio de descubrimiento, creatividad y juego, sin presiones ni modelos impuestos desde el mundo adulto.
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Producción: Lucía Jauzat y Euhen Matarozzo.
Filmmakers: Candela Petech y Ramiro Palais.
Edición: Ramiro Palais.