Tal como lo indican María Cristina Linares y otros autores en “Abecedario escolar. Historia de objetos y prácticas” (2007), la campaña por la obligatoriedad escolar fue el contexto propicio para que se organizara el cuidado de la salud en la escuela en los inicios del Sistema Educativo Argentino. Obtener la mayor matriculación posible y mantener una asistencia regular sólo era posible si se lograba erradicar el temor al contagio de enfermedades.
Las enfermedades del siglo XIX despoblaron las escuelas
Durante los años 1886 y 1887 las epidemias de cólera, difteria y viruela despoblaron las escuelas y obligaron a la clausura de varios establecimientos, lo que dejó trunco el año escolar. La presencia de la Asistencia Pública y los métodos de sus médicos, encargados de controlar los estados de salud de los niños y vacunar en las escuelas, generaron resistencias entre docentes, padres, madres y alumnos. El conflicto llegó a los diarios, lo que provocó la suspensión de la vacunación.
El miedo al contagio ahuyentaba tanto como el miedo a la vacuna, ya que la idea de sus efectos secundarios dañinos o secuelas más o menos graves estaba bastante difundida. Al parecer, las primeras vacunas no eran absolutamente inocuas: los maestros señalaban que los niños necesitaban alrededor de seis días para reponerse luego de ser vacunados.
El origen del “Cuerpo Médico Escolar” en Argentina
Ante el miedo a las enfermedades y a las vacunas, el Consejo Nacional de Educación organizó el “Cuerpo Médico Escolar”. Algunos médicos inspectores fueron nombrados para supervisar las condiciones edilicias de las escuelas y arbitrar mecanismos para prevenir o evitar la propagación de enfermedades infectocontagiosas. Su misión fue “preservar la vida de los niños puesta en peligro por la ignorancia y la falta de cuidados higiénicos y convertir a la escuela en un lugar seguro”.
Para cumplir con dicho fin, en 1887 se aprobó un plan de seguimiento de los niños y de control de la salud familiar, ya que según el discurso médico de la época, higiene y herencia conformaban los factores condicionantes del éxito de la instrucción pública. En su informe al Consejo Nacional de Educación el Dr. Carlos Villar lo expresó así: “[...] los edificios completamente nuevos y en perfecto estado ofrecen ambientes sanos...menos que nunca podrían señalarse las escuelas como causas productoras del mal [...]. Es la casa del pobre, el conventillo o inquilinato el que sirve para la propagación del mal...la escuela por su índole plural es un ámbito especialmente vulnerable porque [...] cada escuela es el summun de las democracias en donde el pobre y el rico canjean sus elementos propios bajo el mismo techo”.
Indicaciones del “Cuerpo Médico Escolar”
El “Cuerpo Médico Escolar” produjo una serie de “Instrucciones para padres y maestros” que significaron un avance del modelo médico sobre los hábitos de la vida escolar. El “Cuerpo Médico Escolar” relacionó el origen de las enfermedades con comportamientos éticos y morales, por lo que aconsejó, entre otras cosas, suspender el beso entre las niñas por sus nefastas consecuencias físicas y morales. Otras recomendaciones fueron: “Impedir que los niños fijen la vista sobre objetos cercanos para evitar la miopía”, “Corregir las posturas viciosas del cuerpo para evitar la escoliosis” y “Tomar baños de sol para combatir el raquitismo”.
El “Cuerpo Médico Escolar” también incidió en los contenidos para los textos escolares. Los libros de lectura presentaban frases como las siguientes: “Evita escupir en el suelo”, “Hierve los pañuelos en el domicilio”, “Tose cubriéndote la boca” y “Abre las ventanas para ventilar la casa”.
También, con un estilo más informal, redactó y puso en circulación cartillas que recomendaban no barrer el piso de tierra en seco, no dormir en camas ajenas y cuidarse de pescar al sol con la cabeza descubierta. Esas cartillas debían ser firmadas por los alumnos y por los padres. En suma, la escuela fue un medio de comunicación entre el Estado y las familias.
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