“Ciudad Maleta”: un cuento imperdible sobre un lugar cuyos habitantes viajan todo el tiempo - Billiken
 

“Ciudad Maleta”: un cuento imperdible sobre un lugar cuyos habitantes viajan todo el tiempo

Billiken te acerca un nuevo cuento para leer con tus hijos este fin de semana. Los habitantes de esta extraña ciudad no se cansan nunca de viajar… ¡Su vida es muy extraña!
Por Silvia Ochoa

En Ciudad Maleta los habitantes no pueden dejar de viajar. Con los pasajes en la mano, van por la vereda haciendo rodar sus valijas, muy apurados. Todo el tiempo se desean “¡buen viaje!” y se despiden dándose dos besos, sacudiendo el pañuelo o quitándose el sombrero. No quieren perder el transporte que los llevará: micro, avión, barco o globo; cualquiera da igual. 

El Señor de negocios viaja con poco equipaje, su traje oscuro y su maletín. No alcanza a llegar a un sitio que ya comienza a marcharse. Cuando vuelve a Ciudad Maleta abre su vidriada oficina a las 8, pero a las 8:30 la cierra, porque sus negocios lo obligan a viajar. Su secretaria aprovecha y saca la malla y el protector solar del último cajón del escritorio. Arma su valija. Llama a la estación para reservar pasaje, y sale detrás del Señor con capelina, sombrilla y anteojos, buscando un placentero baño de mar. El Señor de negocios camina apurado, pero se vuelve un segundo y le recuerda que ultime los detalles para el siguiente viaje. “Sí, sí”, dice ella mientras se despide de un vecino, le encomienda su gato, sus plantas y le promete ricos alfajores de dulce de leche.

–Espero estar de vuelta para cuando tú regreses –dice el vecino, que carga una mochila el doble de grande que podés imaginar. Sin contar las ollas, la manta y todo lo que arrastra, porque piensa acampar. Justo en la esquina encuentra a una viejita que llora desconsoladamente. Por primera vez en su vida ha perdido un tren. Los habitantes se amontonan, cuchichean, están desconcertados... Para consolarla, le proponen nuevos destinos, le prestan un mapa y le ofrecen folletos. Finalmente, la acompañan a la agencia de viajes de Lili Turín. La viejita les agradece, mientras se acomoda la almohada de viaje que tiene en el cuello.

La guía la recibe muy bien vestida, con un kimono que trajo de Japón. Camina elegante, con zapatos que compró en Roma. Huele a un perfume que adquirió en París. Mientras comparten un café de Colombia, le ofrece paquetes turísticos y le describe itinerarios. La viejita se decide. La guía se siente encariñada y le dice que no la dejará marchar sola. Arma su maleta y se va con ella. Juntas recorrerán destinos exóticos, probarán nuevos platos, hablarán nuevas lenguas... Tal como soñaron, se juran que practicarán deportes extremos, mientras se suben a un globo aerostático que empieza a ascender. Se despiden agitando sus manos para saludar a todo el vecindario, que ya está por viajar. No bien toman altura, se cruzan con unas golondrinas que también andan de viaje, buscando la primavera.

Llegado al punto más alto, el globo sufre un desperfecto y no puede bajar. El piloto les ofrece a los pasajeros un viaje a la Luna o por toda la inmensidad. Lili, la guía, se siente tentada: conocerá constelaciones que guiarán sus recorridos, hará un viaje espacial que les podrá contar a todos. La viejita es más desconfiada y dice que en su caso prefiere consultar con su hijo, un señor de negocios que, aunque muy ocupado, le responde el llamado mientras se traslada en taxi hacia el aeropuerto. Él se muestra contrariado: prefiere los viajes en avión; además, cree que su madre no tiene pasaporte para esos destinos. La viejita está de acuerdo: le pide al piloto que arroje por la borda todas sus locuras, junto con el aire caliente, y comience a bajar. 

Ilustración: Ricardo Fernández

Descienden en la playa, justo sobre la lona donde se encuentra recostada la Secretaria de su hijo, haciendo palabras cruzadas. Lili saca de su equipaje sus reposeras plegables; cuando terminan con los juegos de palabras, hacen una partida de dominó con imán.  Terminado el juego se sacan varias fotos con el atardecer de fondo. 

La Secretaria, la viejita y Lili quieren volver, porque extrañan la ciudad y saben que dentro de poco volverán a viajar. Después de la experiencia en el globo, la viejita dice que no subirá a un avión; quiere, al menos, una travesía en 4x4. El viaje les resulta fascinante a las tres... y quiso el destino que se encontraran con el mochilero. Él les contó su viaje y le regaló a la viejita su cantimplora y su brújula, para que encuentre siempre el sitio que quiera visitar. Y lo mejor fue cuando llegaron: cansados de tanto andar, se recostaron sobre sus almohadas y entendieron que también con los sueños se puede viajar, sin necesidad de mover los pies de acá para allá.

En Ciudad Maleta los habitantes no pueden dejar de viajar. Con los pasajes en la mano, van por la vereda haciendo rodar sus valijas, muy apurados. Todo el tiempo se desean “¡buen viaje!” y se despiden dándose dos besos, sacudiendo el pañuelo o quitándose el sombrero. No quieren perder el transporte que los llevará: micro, avión, barco o globo; cualquiera da igual. 

El Señor de negocios viaja con poco equipaje, su traje oscuro y su maletín. No alcanza a llegar a un sitio que ya comienza a marcharse. Cuando vuelve a Ciudad Maleta abre su vidriada oficina a las 8, pero a las 8:30 la cierra, porque sus negocios lo obligan a viajar. Su secretaria aprovecha y saca la malla y el protector solar del último cajón del escritorio. Arma su valija. Llama a la estación para reservar pasaje, y sale detrás del Señor con capelina, sombrilla y anteojos, buscando un placentero baño de mar. El Señor de negocios camina apurado, pero se vuelve un segundo y le recuerda que ultime los detalles para el siguiente viaje. “Sí, sí”, dice ella mientras se despide de un vecino, le encomienda su gato, sus plantas y le promete ricos alfajores de dulce de leche.

–Espero estar de vuelta para cuando tú regreses –dice el vecino, que carga una mochila el doble de grande que podés imaginar. Sin contar las ollas, la manta y todo lo que arrastra, porque piensa acampar. Justo en la esquina encuentra a una viejita que llora desconsoladamente. Por primera vez en su vida ha perdido un tren. Los habitantes se amontonan, cuchichean, están desconcertados... Para consolarla, le proponen nuevos destinos, le prestan un mapa y le ofrecen folletos. Finalmente, la acompañan a la agencia de viajes de Lili Turín. La viejita les agradece, mientras se acomoda la almohada de viaje que tiene en el cuello.

La guía la recibe muy bien vestida, con un kimono que trajo de Japón. Camina elegante, con zapatos que compró en Roma. Huele a un perfume que adquirió en París. Mientras comparten un café de Colombia, le ofrece paquetes turísticos y le describe itinerarios. La viejita se decide. La guía se siente encariñada y le dice que no la dejará marchar sola. Arma su maleta y se va con ella. Juntas recorrerán destinos exóticos, probarán nuevos platos, hablarán nuevas lenguas... Tal como soñaron, se juran que practicarán deportes extremos, mientras se suben a un globo aerostático que empieza a ascender. Se despiden agitando sus manos para saludar a todo el vecindario, que ya está por viajar. No bien toman altura, se cruzan con unas golondrinas que también andan de viaje, buscando la primavera.

Llegado al punto más alto, el globo sufre un desperfecto y no puede bajar. El piloto les ofrece a los pasajeros un viaje a la Luna o por toda la inmensidad. Lili, la guía, se siente tentada: conocerá constelaciones que guiarán sus recorridos, hará un viaje espacial que les podrá contar a todos. La viejita es más desconfiada y dice que en su caso prefiere consultar con su hijo, un señor de negocios que, aunque muy ocupado, le responde el llamado mientras se traslada en taxi hacia el aeropuerto. Él se muestra contrariado: prefiere los viajes en avión; además, cree que su madre no tiene pasaporte para esos destinos. La viejita está de acuerdo: le pide al piloto que arroje por la borda todas sus locuras, junto con el aire caliente, y comience a bajar. 

Descienden en la playa, justo sobre la lona donde se encuentra recostada la Secretaria de su hijo, haciendo palabras cruzadas. Lili saca de su equipaje sus reposeras plegables; cuando terminan con los juegos de palabras, hacen una partida de dominó con imán.  Terminado el juego se sacan varias fotos con el atardecer de fondo. 

La Secretaria, la viejita y Lili quieren volver, porque extrañan la ciudad y saben que dentro de poco volverán a viajar. Después de la experiencia en el globo, la viejita dice que no subirá a un avión; quiere, al menos, una travesía en 4x4. El viaje les resulta fascinante a las tres... y quiso el destino que se encontraran con el mochilero. Él les contó su viaje y le regaló a la viejita su cantimplora y su brújula, para que encuentre siempre el sitio que quiera visitar. Y lo mejor fue cuando llegaron: cansados de tanto andar, se recostaron sobre sus almohadas y entendieron que también con los sueños se puede viajar, sin necesidad de mover los pies de acá para allá.

FIN

(Publicado en la edición 5124 de Billiken)

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