“Duquesa”, un cuento que nos habla de la llegada de un nuevo integrante (¡de cuatro patas!) a la familia - Billiken
 

“Duquesa”, un cuento que nos habla de la llegada de un nuevo integrante (¡de cuatro patas!) a la familia

Billiken te propone un cuento para leer con tus hijos: una nena le insiste a su mamá para que acepte un regalo muy especial que le hicieron a su hermano.
Por María Inés Garibaldi

Un día, mientras Luis esperaba el colectivo para volver del colegio, se le acercó un hombre que traía una caja. La abrió, le mostró el contenido y dijo:

–Si no te la llevás la tiro a la basura.

Luis la agarró y subió al colectivo. Así llegó a casa, con la caja y sin la mochila. Mamá lo retó. No era la primera vez que mi hermano olvidaba la mochila en la vereda. Después mamá miró dentro de la caja:

–De ninguna manera se puede quedar. Ya les dije mil veces que no quiero perros en esta casa.

Es que dentro de la caja había una perra. Chiquita. Cachorra. Linda. Negra con una mancha blanca en el pecho. Las patas, como si le hubieran puesto medias, eran blancas también.

–El señor iba a… –quiso decir Luis y mamá no lo dejó terminar.

–Dije que no y es no. ¡Sáquenla de acá!

Luis, Manuel y yo fuimos a la vereda con la perrita. A jugar y también pensar qué podíamos hacer con ella. De a poco se acercaron los amigos del barrio, curiosos por el contenido de la caja. Nadie podía quedarse con la cachorra. Algunos ya tenían perro y a los otros tampoco los dejaban. Entonces se nos ocurrió llevarla al terreno baldío donde jugábamos. Ahí habíamos hecho una choza con palos y ramas. Con un almohadón, que sacamos a escondidas de casa, le hicimos una cama. Al anochecer la atamos para que no se escapara. Le dejamos un plato con agua, otro con leche y nos fuimos.

Al día siguiente, cuando llegamos, un vecino nos esperaba.

–¡Lloró toda la noche y no me dejó dormir! La tienen que sacar de acá –dijo enojado.

Fuimos corriendo a contarle a mamá y le prometimos que íbamos a: cuidarla, limpiar la caca, darle de comer, bañarla, pasearla. Tantas cosas le prometimos que al final dejó que se quedara.

La perra ya era nuestra y teníamos que ponerle un nombre. Ahí se armó la pelea. Mis hermanos decían nombres como Roncha, Coca o Tina, horribles. Y los que yo proponía a ellos no les gustaban. Discutimos un montón hasta que se cansaron y me dejaron elegir a mí. Porque yo era nena y ella era perra, dijeron. Le puse Duquesa. Me cargaron. Igual no me importó. Pero surgió otro problema. Era muy largo el nombre. Cada vez que la llamábamos llegaba antes de que termináramos de decirlo. Y mis hermanos, para molestarme, le decían Duque. Entonces decidí ponerle Negra de apodo. El nombre seguía siendo Duquesa.

Al principio cumplimos las promesas. Además jugábamos mucho con la Negra. Hasta que creció y las protestas de mamá crecieron también. Que ya no le dábamos ni cinco de bola. Que no limpiábamos la caca. Que no la paseábamos. Que no le dábamos de comer. Que no la bañábamos. Que si no cumplíamos las promesas la iba a regalar. Una lista enorme de protestas. Pero mamá ya se había encariñado. Por eso no le hicimos caso.

La Negra creció más, en edad, no en tamaño. Un día papá nos dijo que había que vigilarla porque no quería que tuviera novio. Para que no se escapara la ató en el patio. Yo no entendía por qué papá no quería que tuviera novio y me dio curiosidad. La vigilaba todo lo que podía.

Se ve que era linda la Negra. Había muchos perros en la vereda por esos días. El que más tiempo se quedaba haciendo guardia era Croto, el perro del vecino. Era alto, gris y de pelo largo, hasta barba y bigote tenía. Pero no era de raza, era puro perro como la Negra. Por eso no me gustaba que fuera su novio. Después de todo ella era una Duquesa. A él no le importó lo que yo pensaba. Un día saltó el portón. Y se enamoraron.

Ilustró: Diego Stigliano

Unos meses después entendí por qué papá no quería que la Negra tuviera novio. Cuando una perra se enamora de un perro nacen cachorros. Seis tuvieron la Negra y el Croto. Algunos parecidos a ella, otros parecidos a él y otros un poco a cada uno. Había dos idénticos como gemelos. Un macho y una hembra, blancos, con manchas negras y pelo largo y brillante.

Fue un lío con tantos cachorritos. Lío para mamá. Para mí no. Me encantaba tenerlos en casa. Cuando crecieron un poco ya no tomaban tanto la teta. Entonces mis padres empezaron a ofrecérselos a todo el mundo. Se los fueron llevando. La primera en irse fue la gemela, la que era blanca. Se la llevó una amiga mía y la bautizó Anastasia. Al final quedó una sola cachorrita en casa. Habían ubicado a todos los demás.

La perrita que quedaba era parecida a la mamá, pero marrón. Con rayas negras. Atigrada. Tenía la misma mancha blanca en el pecho. También las medias blancas en las patas. La adopté a pesar de la advertencia de mis padres. Que no me encariñara mucho me dijeron. Porque cuando consiguieran un dueño se la iban a llevar. Igual me encariñé. Un día le puse el vestido rosa. El que me había hecho la abuela cuando cumplí un año. Parecía una princesita con el vestido. Por eso la llamé Princesa. En ese momento se me ocurrió la promesa perfecta. Y fui corriendo a decírselo a mamá.

FIN

(Publicado en la edición 5119 de Billiken)

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