Existen muchas técnicas de estudio que ayudan al momento de aprender nuevos conceptos y retener información. Desde las tarjetas de memoria hasta la repetición espaciada, la música para estudiar es una de las que más se utiliza entre estudiantes de todo el mundo.
En los últimos años, distintas investigaciones probaron que el mejor tipo de música para estudiar depende de cada uno. Sea uno o el otro, los beneficios de escuchar música son muchos:
- Potencia la atención y la concentración.
- Mejora el estado de ánimo y también la resistencia en sesiones maratónicas de estudio.
- Facilita la lectura y el aprendizaje.
- Aumenta la capacidad de memorizar.
- El ritmo cardíaco se acompasa al ritmo de la música y genera tranquilidad.
¿Si no quiero escuchar música clásica?
La música clásica es la más recomendada al momento de estudiar, pero no es la única. Los géneros son cada vez más, y así aparecen algunos que son fusión de otros o que surgen con ciertos objetivos.
Ese es el caso de la música Lo-Fi (del inglés low fidelity = baja fidelidad, calidad), una de las más utilizadas al momento de estudiar. Este tipo está registrado con instrumentos de grabación de menor calidad o caseros y apela a la nostalgia, aunque eso también se debe a cuestiones de presupuesto.
El Lo-Fi nació de una fusión entre el jazz y el hip-hop, y la mayoría de sus canciones hoy en día no tienen letra, sino que son únicamente melodía. Este es uno de sus puntos fuertes al momento de elegirla para estudiar. Además, hay otros dos que se posicionan entre los más utilizados:
- La música electrónica instrumental, que se conoce como "chill out" (sinónimo de "estar relajado" en inglés) por su capacidad de tranquilizar.
- El jazz y la música de piano, que fomentan la concentración.
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Música para estudiar: ¿qué es el "efecto Mozart"?
El "efecto Mozart" es una hipótesis que plantea que escuchar la música compuesta por el mismo Wolfgang Amadeus Mozart, o la clásica en su defecto, estimula el desarrollo de la inteligencia. Esto, sobre todo, en niños y niñas pequeños.
Es un término que surgió en la década de 1990, cuando un médico e investigador francés escribió sobre los efectos de la música de Mozart. Las composiciones del alemán ayudarían en las terapias de pacientes y en el desarrollo cognitivo, llegando incluso a sugerirse la cura de enfermedades. Sin embargo, también se han desmentido estas afirmaciones.
Más allá de los potenciales efectos de la música clásica sobre la concentración y el aprendizaje, depende de cada uno el tipo de música que más nos ayude a estudiar. Se trata de encontrar aquellas canciones que nos calman y nos gustan.