Eduardo Sacheri es un brillante escritor argentino que alcanzó gran reconocimiento internacional por la excelencia de su trabajo. Entre otros premios que atesora, se destaca el Oscar a la película El secreto de sus ojos, que él escribió.
Pero existe un lado desconocido de este brillante escritor: es profesor y licenciado en historia, y acaba de lanzar un libro llamado “Los días de la Revolución (1806 - 1820): una historia de Argentina... cuando no era Argentina”.
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Fuimos hasta el oeste del Gran Buenos Aires (a “su lugar en el mundo”) y lo entrevistamos. En esta nota profundizamos sobre su visión y sus opiniones sobre el más grande prócer de nuestro país: Don José de San Martín. Conozcamos sus opiniones.
–¿Qué pensás de San Martín?
Más que como síntesis de la argentinidad, lo pienso como síntesis aspiracional de la argentinidad.
Antes que nada, la argentinidad misma no está en la cabeza de San Martín, porque en esa época los estados nacionales no están definidos. Lo que sí está definido es la idea de separarse de España porque no daba para mas, y que había empezado la guerra y no tenía retroceso y había que separarse. Entonces San Martín viene y dice: “Bueno, ¿qué hay que hacer? Che, es un desastre como están organizados, organicemos a los ganaderos al modelo europeo porque tienen que pelear una guerra de verdad”.
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Después les dice: “Che, dejen de ir por el Alto Perú. No pueden ganar la Guerra de Independencia por el Alto Perú. Tienen que ir por Chile, y de ahí a Lima, en la costa de Perú, y así encerrar a los realistas en el Alto Perú, y derrotarlos. Ese es el plan”. Pero le contestan que no se puede ir a chile porque la cordillera por donde quiere pasar mide 6000 metros. “Y bueno,” contesta, “hay que ver como pasamos. Tenés que hacer tres años de preparación y después pasar”.
Esa genialidad sanmartiniana se topa con que, luego de tomar Lima, no tiene los recursos necesarios para derrotar finalmente a los realistas del Alto Perú. Además, se le cayó el gobierno de Buenos Aires: lo mandan las Provincias Unidas, pero en 1820 no queda nada de eso.
Entonces, mientras Bolívar viene con todo el poder del norte de Sudamérica, San Martín no tiene nada. El libertador le dice entonces: “¿Nos juntamos?”. Y Bolívar contesta: “Mmm, ¿Juntarnos?” Y San Martin le propone cederle el mando. El venezolano le dice: “¿Te parece buena idea que yo mande y vos seas segundo mío?” A lo que el General contesta: “Bueno no te preocupes, vos quédate con todo”. Y se va y no vuelve más.
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En realidad, vuelve una vez, cuando se abre a la guerra contra Brasil, y dice: “¿Puedo ayudar?” Pero cuando llega ve que es todo un desbarajuste tan grande que mejor ni bajar del barco.
¿Qué se le valora a este tipo? Esta actitud de “¿Con qué puedo ayudar? ¿Qué se hacer? Lo ofrezco, lo cumplo, y me voy”. Y no se enamora del poder. Eso es algo que yo, en lo personal, valoro mucho. También de Belgrano. Son tipos que se van sin un mango. Y no sólo se van sin un mango: se van sin reclamar prestigio, y sin reclamar poder.
En ese sentido me parece que es buena la construcción de Mitre, de elegirlos por esas virtudes, más allá de sus éxitos o no éxitos, y mas allá de que (indudablemente) elevar a unos opaca a otros personajes. Pero me parece que enarbolarlos como héroes te interroga también sobre tu presente y sobre los líderes de la actualidad. A mí me gustan los líderes que saben irse, y que saben retroceder. Que saben decir: “yo sirvo para esto, y para esto no. Y una vez que lo hago me voy, y me voy sin un mango”. Esa es una virtud republicana para cualquier siglo, sea el XIX o el XXI.
–Es sorprendente enterarse que San Martín tenía enemigos internos.
A San Martín, entre otras cosas, en Buenos Aires no le perdonaban que en 1820 (cuando se arma el tole-tole final entre el Directorio y Artigas), el gobierno porteño le dice: “Master, traete el ejército de Perú para derrotarlo a Artigas”. A lo que San Martín se niega: “Ni sueñes con que el ejército que tengo preparado para pelear contar los realistas lo voy a gastar en que vos definas tu situación con Artigas”. San Martin tiene una mirada mucho más amplia. Pero claro, en Buenos Aires, no le perdonan eso: San Martin es un traidor en ese sentido.
Si vos te ponés en la cabeza de la gente del Gobierno de Buenos Aires, tiene su lógica: “San Martín, vos estas allá con los recursos de acá. Obedécenos, vos no sos el jefe”. En materia histórica todo es discutible. Es totalmente entendible lo de San Martín, pero también es entendible lo del Directorio. Por eso, 5 o 6 años después, cuando San Martín vuelve de Europa, como en Buenos Aires están Rivadavia y su grupo, van a decir: “Perdón, ¿este no es el que nos traicionó en 1820? ¿Este ahora quiere venir a ayudar? No, que no venga”. Y San Martín, viendo eso dirá: “Me pego la vuelta, mejor ni bajo del barco y me vuelvo a Francia”.
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A mí me gusta esa cosa de no porfiar en ocupar una posición de privilegio. A mí me gusta la modestia, te diría. Me gusta esa rara virtud de gente que sabe renunciar al poder, que es una de las cosas más difíciles a las cuales renunciar: esa cosa seductora del poder que te hace sentir que te aman. Es muy difícil bajarse de ese lugar. Después, a lo largo del siglo XIX, vas a ver a mucha gente no dispuesta a bajarse. Y en los siglos XX y XXI, ni te cuento.
–Se produce un desfasaje entre la persona de San Martín y su mito.
Es que en ese momento no es mito: San Martín es un tipo más. El que lo empieza a construir como mito es Mitre. Con la historia de San Martín y Belgrano, con la Revolución y la Independencia. Es Mitre quien lo eleva a esa categoría, y está bien.
Del mismo modo, cuando traen a Buenos Aires al Congreso de Tucumán, San Martín y Belgrano dicen: “Che, al momento de organizar esto vamos a tener que hacer una monarquía, porque esto no da para republica ni locos. Tengamos una monarquía constitucional, con un rey limitado… pero lo lógico es que haya un rey”. Después, eso se va a ocultar, porque… “¿Cómo vamos a mostrar a Belgrano y San Martín como monárquicos? Son los héroes de la república”. Pero ellos piensan la política en su momento, y la única república que tienen como modelo es Estados Unidos, todos los demás países son monarquías. “Hagamos una monarquía. Constitucional, con un parlamento. Nos estamos matando entre todos y un rey va a para esto”. Y es un argumento. Finalmente, no va a pasar. Pero eso no es un demérito, al contrario: los muestra con los pies en la tierra, eligiendo ciertas cosas, porque ellos viven en un momento y lo analizan. Y su análisis parte de la realidad que ven, no de lo que va a pasar. No se puede estudiar la historia con el diario del lunes.