Perteneció a los Guerrero, una de las familias más ricas de Buenos Aires en el siglo XIX. De marcado estilo francés, puede verse desde la Ruta 2 camino a la Costa Atlántica. En esta nota, Billiken te cuenta su historia.
Desde la ruta 2 se vislumbra, a lo lejos, una opulenta y misteriosa construcción que encierra una trágica historia. Es el Castillo La Raquel que había pertenecido a los Guerrero, una de las familias más ricas de la Argentina del siglo XIX y cuya hija, Felicitas, fue víctima de femicidio.
Este castillo está ubicado en el partido de Castelli, provincia de Buenos Aires, en el kilometro 168 de la autovía 2. La primera propietaria de estos campos fue Felicitas Guerrero, quien lo había heredado de su esposo Martín de Álzaga, uno de los hombres más ricos de Buenos aires y con muchas propiedades en la zona de la Costa Atlántica. La historia de Felicitas es tristemente conocida, fue asesinada por el simple hecho de ser mujer y, al no tener hijos, sus propiedades pasaron, primero, a manos de su padre y, al morir éste, a uno de sus hermanos, quien se casó con Raquel Cárdenas. De allí viene entonces el nombre de Estancia La Raquel.
Valeria Guerrero, hija de Raquel, decidió crear la fundación de la familia en 1972. De esta manera, propició la realización de diversas actividades culturales, especialmente conciertos, en Villa La Raquel. Además, la vieja casa de huéspedes fue reacondicionada como museo. Otras instalaciones anteriormente dedicadas al trabajo rural, ahora poseen todas las comodidades para recibir al turismo. La estancia tenia estación, almacén y planta de lácteos.
La construcción de estilo francés data de 1894 y, desde sus grandes ventanas, puede apreciarse el río Salado. Desde afuera, llaman la atención sus paredes color salmón y la gran torre ubicada en el centro. En total, junto con el gran parque, cuenta con 80 hectáreas.
Felicitas Guerrero era una joven de la alta sociedad porteña, quien, con tan solo 18 años contrajo matrimonio con Martín de Álzaga, de 50, un estanciero y comerciante, considerado uno de los hombres más ricos de la época. Se trató de un casamiento arreglado por los padres de la muchacha en un contexto donde las mujeres no podían decidir y debían obedecer las directivas de los varones de la familia. Sin voz, sin ser escuchadas, consideradas una propiedad, el destino de las mujeres estaba sellado desde pequeñas: su lugar era la casa y el cuidado de los futuros hijos. Así, la vida de Felicitas ya estaba predeterminada.
Luego de perder a sus dos pequeños hijos y con tan solo 25 años, Felicitas quedó viuda. Portadora de una belleza que no pasaba desapercibida, se convirtió en una joven extremadamente rica, dueña de grandes campos en la provincia de Buenos aires.
Felicitas disfrutaba mucho del campo, solía pasar temporadas en su estancia en el partido de Castelli y fue allí donde conoció a quien se convertiría en su segundo esposo, Samuel Sáenz Valiente, un joven estanciero. En uno de sus paseos, se desató una tormenta y Felicitas se perdió. De pronto, se cruzó con un jinete que la ayudó a regresar a la estancia. El flechazo fue instantáneo.
El 29 de enero de 1872 la pareja se comprometió y anunció el casamiento. El gran evento se realizó en la casa de la familia Guerrero, ubicada en el barrio de Barracas. En un momento de la reunión, la joven se dirigió a su habitación a cambiarse de ropa y en el trayecto fue interceptada por Enrique Ocampo, quien estaba enamorado de la joven e insistió en que necesitaba hablar con ella en privado. La escena fue visualiza por un primo y uno de los hermanos de la joven, quienes, percibiendo el peligro, se quedaron cerca.
Ocampo estaba muy nervioso, le reprochó la decisión de casarse y la increpó con preguntas. Ante la certeza de que Felicitas iba a contraer matrimonio con su prometido, Ocampo sacó un arma y la amenazó. Ella quiso salir de la sala y, al darse vuelta, recibió un disparo en la espalda y cayó al piso.
Sobre lo que sucedió después circulan dos versiones, una que Ocampo se suicidó y otra que el hermano y primo de Felicitas lo mataron. Finalmente, el juez que intervino en la causa, Ángel Carranza, sentenció que se había tratado de un suicidio.
Felicitas agonizó algunas horas y falleció en la madrugada del 30 de enero. Sus restos reposan en el Cementerio de la Recoleta. Su familia construyó una iglesia en su memoria en el barrio de Barracas y ese fue el comienzo de la leyenda de Felicitas.
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