Leonardo Da Vinci fue un pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, botánico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista.
Nació en una pequeña ciudad de Italia, en 1452. Y se mostraba interesado por casi todo, desde las plantas hasta el cuerpo humano, pasando por la arquitectura y la música. Sus únicas herramientas eran su cabeza –de la que no paraban de salir ideas– su lápiz y una hoja.
Solo con eso se las arregló para dibujar los planos de ciudades maravillosas y trazar los primeros bosquejos de máquinas voladoras, naves que se abrían paso debajo del agua, pulidoras automáticas, espejos y muchísimas cosas más. Entre tanto, a pedido o porque tenía ganas, esculpía una estatuas estupendas o pintaba con gran maestría algún cuadro, como el de la “Gioconda”, por ejemplo. Así de completo fue este genio del Renacimiento, que falleció en 1519, tres años más tarde que Colón.
Leonardo Da Vinci y los automóviles
A Leonardo lo fascinaban los medios de transporte, seguro que cansado de andar a caballo de un lado a otro. Y entre todos los que imaginó y dibujó se destaca su automóvil. Era muy distinto a los actuales, pero como comienzo no estaba nada mal. Estaba construido en madera y se movía gracias a dos muelles de espiral colocados en la parte baja, parecidos a un resorte. Ese accesorio le permitía recorrer varios metros de manera autónoma. Una rudimentaria palanca permitía controlar la dirección.
Un puente modelo
En 2001 los noruegos rescataron un viejo diseño de Leonardo y construyeron un puente siguiendo sus instrucciones. Los turcos hicieron lo mismo en 2006. Es que el autor de La Gioconda, entre tantas habilidades, también era ingeniero. Había estudiado matemática y geometría, y era muy bueno para dibujar. Por eso los hombres más poderosos de la época le encargaban trabajos, sobre todo enfocados en la defensa de las ciudades. Fue así que proyectó puentes móviles y livianos, aunque construidos con materiales sólidos. Estaban unidos a un sistema de enrollado a base de cuerdas y poleas, que permitían a un ejército recogerlos fácilmente después de atravesarlos.